Humor y Administracion Sobre los abogados

Una nueva plaga: el gorrón de abogados

Nunca ha estado tan presente la Administración en nuestras vidas como hoy día.. Una sanción de tráfico, un impuesto de bienes inmuebles, un acta de la inspección de trabajo, un permiso de armas, una calificación académica, una oposición, una expropiación,  una denuncia vecinal por ruidos…siempre habrá motivo para recordar esa persona que es abogado y que bajo la bandera de una supuesta amistad, poder atacarle a quemarropa y conseguir su consejo o dictamen de forma rápida y sobre todo, gratuita.

Y por supuesto que no hablo de los amigos íntimos (fáciles de identificar pues basta preguntarse si irían a tu propio funeral realmente compungidos)

Se trata del fenómeno de quienes se autocalifican de amigos  e incluso simples conocidos) que ante la crisis económica, incrementan la legión creciente de gorrones jurídicos, dispuestos a parasitara al abogado que como profesional, vive de su trabajo y su tiempo vale dinero.

1. Visualicemos la escena. Un  buen día una llamada resuena en el móvil o domicilio del letrado. De entrada, la voz se presenta inidentificable aunque con ecos levemente familiares, pero prontamente se identifica y saluda como si fuese un hijo pródigo regresando junto a su padre, y tras un breve chantaje emocional ( ¡ qué buenos tiempos!, ¡sabes cómo te aprecio!,  llevo mucho tiempo pensando llamarte, etcétera) rápidamente pronuncia las palabras que desvanecen la simpatía del oyente (»  Verás, tú que eres tan buen abogado»), o la vieja trampa capciosa («Tú que sabes tanto»). En ese momento se abren tres opciones.

La primera es espetarte su problema jurídico por teléfono ( normalmente no le importa si estás bañando al bebé, afeitándote, tumbado a la bartola o estudiando otro caso) y confía en que le proporciones un dictamen de urgencia: rápido, gratis y eficaz. Además te ofrece una información parcial y normalmente selectiva del problema.

La segunda es citarte en campo abierto ( ¿podemos vernos para tomar un café). En realidad, el café es un mal trago para el letrado quien si acepta se verá convertido en un letrado con funciones adicionales de confesor y psiquiatra.

La tercera, y mas peligrosa, es ampliar el escenario temporal de la entrevista de forma sutil ( ¿podemos almorzar?)  proposición indecente que se vuelve mas peligrosa si anuncia unas copas que pueden convertir la consulta ocasional en un tema de compadres (¿ podemos cenar y tomamos algo?).

2.  Sin embargo, lo mas peligroso, el beso de la muerte, es el momento en que, con café o si café, con almuerzo o sin él, el consultante sin ningún pudor se trae una carpeta bajo el brazo repleta de papeles (?su caso?). Y aquí es donde viene el consejo mas útil de Sevach. Jamás, jamás, jamás, debe volverse el letrado a casa con esa carpeta simbólica. Hay que tener la habilidad para no cogerla, y mucho menos examinar los papeles. Es una trampa de lanzas en la espesura. Hay que devolverla con firmeza y siendo más zorro que el lobo gorroneador: «No, gracias, mejor me lo explicas»; » No hace falta, ya sabes que no tengo tiempo para leer más papeles»; u otra imaginativa disculpa ( «no me he traído las gafas»; «soy un desastre y pierdo los papeles», etcétera), aunque mi favorita es: «Mejor deja los papeles para cuando vayas a un abogado que te lo estudie a fondo, porque casualmente esto no es mi especialidad». Tampoco está mal aquello de ” Mejor, pásate por mi bufete y allí hacemos un trabajo serio porque aquí está mal hablar de honorarios”. No hay que tener reparo frente al gorrón: no se puede replicar con florete cuando pretenden asestarnos una puñalada alevosa.

Si en cambio, el letrado es amable, sensible a tales amigos sobrevenidos, y acepta la carpeta o los folios que le entregan, el problema jurídico del gorrón pasa a ser «su» problema. Esta transferencia teje una relación entre ambos que obligará al letrado educado a mirarlo, examinarlo, dictaminarlo y lo peor de todo, a una nueva entrevista para cambiar impresiones, y así sutilmente, el letrado irá hundiéndose en las arenas movedizas de un problema que le importa profesionalmente un bledo, y que le llevará a maldecir en su fuero interno, aquel saludo inicial amistoso que le ha obligado a consumir decenas de horas y sacrificar su valioso tiempo para cosechar unas palmaditas y hasta otra cosa mariposa.

3. Además se dan las curiosas paradojas de que cuanto mas amable es el letrado mas abusa el gorrón y que cuanto más trabaja para él menos respeto tiene por su trabajo ( lo gratis no prestigia).

Lo curioso es que en su origen el gorrón era el estudiante universitario en tiempos del licenciado Vidriera que servía al estudiante rico para poder costearse sus estudios, de manera que le empollaba el asiento de la fría aula para que aquél no pasase frío, y luego le extendía la gorra para que le gratificase por el servicio. O sea coincidía la figura del gorrón y la del empollón?, pero hoy día el gorrón  con sus artes consigue que empolle el abogado.

4. Finalmente, también se da el caso del abogado gorrón que gorronea a un colega. O sea, el abogado que para no perder el cliente por tratarse de disciplina que desconoce, acepta el caso y a renglón seguido consulta con otros colegas para que le den la solución. Una cosa es el compañerismo y otra el parasitismo.

5. Y  que no se le ocurra al sufrido abogado llamar a un conocido fontanero para que le arregle el grifo por la cara, o ir al carnicero que fue su compañero de colegio y llevarle unas chuletillas por la cara en nombre de los viejos tiempos.

En fin, me viene a la mente la anécdota del violinista Paganini al que cuando invitaban a cenar, le dejaban caer aquello de ?no olvide traer su violín?, y al preguntarle su anfitrión porqué venía sin él, le respondió: «Mi violín cena en casa».( ¡¡ Ojalá pudiera decirse: olvidé el Aranzadi en el bufete!!)

 

 

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