De Jueces y la Justicia

La ciega estupidez ante la ciega justicia

La estupidez de la justicia cuando aborda pleitos absurdos lleva a preguntarse por las raíces de la manía de pleitear.

justicia ciega Generalmente quien se embarca en litigios civiles, laborales o administrativos, lo hace porque quiere obtener lo que cree que es suyo frente a alguien ( una persona, el patrono o la Administración) que se lo niega ( una propiedad, una indemnización, un reconocimiento, etc) y espera que los Tribunales le den la razón. Muy legítimo luchar por “la fuerza del Derecho” y muy civilizado evitar que se imponga el Derecho “a la fuerza”.

Sin embargo, a veces hay litigios que demuestran como se abusa de los Tribunales y como la malicia, la ignorancia o la torpeza provocan pleito y papeleo inútil. Veamos los casos.

En unos casos, responden a la figura del querulante que ya comenté en un post anterior, que antes de convertirse en una pandemia ha sido frenada levemente por las disuasorias tasas judiciales. O a la maliciosa conducta de los implicados para utilizar el pleito como venganza, como expuse en otro recentísimo post.

En otros, se tratan de casos que responden a la distorsión de la perspectiva del demandante, quien de buena fe, se obceca en reclamar su derecho, y que da lugar a casos realmente extravagantes como los que expuse en materia contencioso-administrativa en otro post.

Y por último, me ocuparé ahora de los litigios debidos a la simple y vacía estupidez.

Viene al caso porque me he tropezado en una “librería de viejo” en «el húmedo» de León, un curioso ejemplar del periodista húngaro Paul Tabori (1908-1974), , titulado “ Historia de la estupidez humana” (Ediciones siglo XX, Buenos Aires, 1966), y que incluye una deliciosa historia sobre la estupidez de pleitear:

« Nada refleja la estupidez humana tan cabal y perfectamente como la manía de pleitear. Los hombres y las mujeres que pleitean incansablemente, sin la menor esperanza de éxito, a menudo sin razones de carácter material que lo justifiquen, años y años absortos en una disputa de menor cuantía, son gente que a menudo está al borde de la locura. Pero en muchos casos adoptan esa actitud absurda y suicida por simple estupidez.

En 1890 murió en la antigua ciudad de Szekesfehervar un abogado húngaro llamado Juan Farkas. Adquirió fama en el papel de defensor de muchos asaltantes de caminos. Se especializó en la defensa de bandidos, y amasó una fortuna considerable gracias a su concentración en esta esfera del derecho. Era soltero, pero tenía muchos parientes. Cuando se leyó el testamento, se comprobó que dejaba una propiedad de tres mil acres, dinero y otras posesiones a aquel de sus parientes que en el plazo de diez años fuera capaz de dar la más exacta respuesta a las siguientes preguntas: 1) ¿Qué es eterno e infinito sobre la tierra? 2) ¿Por qué la gente necesita dinero? 3) ¿Por qué la gente pleitea? Hasta que se obtuvieran respuestas satisfactorias, debía dividírsela renta de las propiedades entre distintas instituciones caritativas. Al cabo de una semana se presentaron alrededor de quinientos litigantes, divididos en dos grupos principales.

Uno de ellos aceptó las condiciones, y pacientemente comenzó a formular respuestas a las preguntas.

El otro impugnó el extraño testamento y trató de demostrar que en el momento de redactar el documento Farkas era insano.

Al cabo de diez años, los tribunales resolvieron que el testamento era válido. El número de litigantes se había reducido a veintidós, pero ningún juez alcanzaba a decidir cuáles eran las respuestas más correctas. (Uno de ellos escribió un libro de 150 páginas con el propósito de resolver los problemas suscitados.) El fantástico pleito duró más de cincuenta años. Uno de los abogados sugirió un compromiso. La propiedad había aumentado considerablemente de valor; ahora valía más de 200.000 libras, y propuso dividirla en partes iguales entre los herederos. Estos rechazaron de plano. En el curso de los cincuenta años más de sesenta personas habían sido sentenciadas por asalto y agresión ,por redacción de libelos obscenos y por otros diversos delitos menores, cometidos dentro y fuera del recinto del tribunal, en ocasión con motivos de mutuos ataques de los antagonistas.

El último juez que examinó el caso suministró la respuesta correcta a las tres preguntas.

¿ Qué es eterno e infinito? Este pleito.

¿Para qué necesita dinero la gente? Para continuar el pleito. ¿Por qué la gente pleitea? Porque necesita dinero.

La tremenda inflación de 1945-46 liquidó la propiedad Farkas, y de ese modo acabó también con la manía litigiosa de sus herederos.”

En fin, la historia habla por si misma. Y si alguien desea aprovechar para disponer gratuitamente de la obra,Historia de la Estupidez, que dedica un capítulo a “ La estupidez de la justicia” pues aquí os la regalo, gracias a Ediciones elaleph.com, y que podéis descargar aquí.

De nada.ceguera de la justicia

 

 

7 comments on “La ciega estupidez ante la ciega justicia

  1. Carlos

    Es de lo mejor que he leído en los últimos años relacionado con este mundo de la justicia

  2. La verdad es que merece la pena la lectura.

  3. La gente tiende a olvidar que unas de las razones del nacimiento del Estado fue el deber de preservar la Justicia entre sus integrantes que lo hicieron en virtud de un pacto ahora caido en desmemoria. Si la Justicia de un pais no es gratuita totalmente si las diferencias económicas entre los ciudadanos se traducen en diferencias de Justicia entonces ese Estado puede ser legítimamente declarado fallido. Que exista un cierto porcentaje de querulantes (el que se atreva a poner la diferencia entre el querulante y la propuesta de una interpretación innovadora que tire la primera piedra) que siempre irá en proporción al número de personas con acceso real al sistema judicial no puede justificar esa perversión que atenta contra la naturaleza de servicio público esencial de la Justicia. A los jueces les gusta si es posible trabajar poco y cobrar más siguiendo el impulso humano y es cierto que la Justicia esta como los consultorios de la seguridad social, es decir, masificada.
    Necesitamos una justicia que, al menos, triplique el número de jueces, pero en esta ampliación no debemos cometer el gravísimo error de elegirlos como hasta ahora se han elegido, es decir, por una oposición memorística que no fiscaliza las cualidades que necesita el futuro juez o un tercero, cuarto o quinto turno (el del Supremo de juristas de mérito que se lo dan a los amigos) donde se cuelan muchos enchufados de los tribunales de selección y dejan a gente valiosa en la puerta.
    Los abogados de oficio no pueden ser el ejemplo de desidia que son hoy, salvo sus honrosas excepciones, y deben de garantizarse a los carentes de medios una defensa de calidad y si la pretensión es inviable que no lo decida solo el abogado de oficio sino una comisión imparcial de abogados que no tengan ninguna relación con las partes en conflicto. La mejor solucion a los abogados de oficio es crear un cuerpo de abogados defensores públicos con un estatus de independencia y responsabilidad.
    La estupidez humana es mucho más grave en la seleccion del personal judicial que en los abusos o excentricidades de ciertos litigantes que, quien sabe, a la postre tambien contribuyen a mejorar el sistema judicial. Como abogado he recibido peticiones del tipo «quiero impugnar que los drogadictos y los deficientes, los locos, no puedan tener derecho al voto porque no saben lo que están decidiendo» «tengo un fantasma en casas que hace ruidos nocturnos y no me deja dormir» («no le haga caso, es la mejor solución» «se acabará cansando» me atreví a aconsejarle como abogado-exorcista), y he visto la impotencia de personas sin recursos que teniendo causas justas que defender no han tenido el apoyo del Estado para llevarlas adelante y está claro que un abogado no se puede echar todo el peso de las deficiencias del Estado porque tiene que sobrevivir y la solución no está en trabajar gratuitamente a quien llame a la puerta de tu despacho carente de medios.
    Con esto quiero decirle al autor que la estupidez humana como el aire está en todas partes y que dentro del sistema judicial es donde más preocupa porque es donde más gravemente ataca a los ciudadanos. Los jueces que cumplis con vuestros deberes no soleis daros cuenta de lo que sucede a vuestro alrededor con vuestros compañeros que resuelven al albur del antojo, para vosotros esos transgresores son estupendos amigos, simpáticos, pero luego dejan una retahila de arbitrariedades en el camino que hunden al género humano. Y perdón por la largura del comentario pero es que he dispuesto de poco tiempo.

    • Enrique

      Hago mía casi toda su reflexión y, con su permiso, la hago extensiva a la selección del resto de funcionarios, políticos y, en definitiva, a la organización de todas las estructuras del Estado.

      Quisiera también ampliar lo comentado respecto a la figura del querulante.

      En el mundo de la ingeniería se enseña que los sistemas se deben probar en las peores condiciones posibles. Esto tiene una explicación obvia e igual de obvia es la explicación de cómo el querulante pone a prueba el sistema judicial. Y no estoy diciendo que esta figura sea buena por definición; solo digo que el litigador obsesivo tiene un derecho a serlo tan legítimo como el que «sobreutiliza» la acera porque le gusta caminar, el que «colapsa» una oficina de información porque acude a ella todos los días, o el que «masifica» el tren de cercanías porque le gusta ir dando un rodeo y disfrutar del paisaje. Naturalmente no pongo en tela de juicio hasta dónde se les debe cobrar peaje, recargo, tasa incrementada, doble impuesto por ello, etc. Lo que sí me entristece e indigna es que esa sea siempre la única solución que España ofrece a sus súbditos cuando no es capaz de darles en condiciones un determinado servicio público obligatorio.

      Tiene toda la razón, España es en muchos aspectos un estado fallido pero nunca perderá su estabilidad. La mitad de la población vela por ello porque vive muy bien a costa de la otra mitad.

      Saludos.

  4. Daniel

    Excelente artículo, como todos los relacionados con el mismo ya publicados.

    Sin duda, hay querulantes. Pero me imagino que también habrá funcionarios (de administración publica o de administración de justicia) que mediante sus resoluciones sistemáticamente denegatorias, transforman en querulante a un ciudadano.
    Me refiero a que hay funcionarios y juzgadores que convierten en un calvario los procedimientos para los ciudadanos, que se ven obligados a alegar una y otra vez, viendo denegadas absurdamente sus escritos y recursos, lo que les lleva a recurrir aún más en defensa de sus derechos.
    Y esos ciudadanos normales, al final, por insistir una y otra vez, acaban asemejándose a esos querulantes, sin que realmente lo sean.

  5. sed Lex

    Curioso lo de que la gente pleitea porque necesita dinero (en última instancia a lo mejor tiene razón, quién tuviera una fuente inagotable del mismo quizá no se vería impelido a muchos de los pleitos, o quizá se metiera en más, quién sabe)… Claro que si tomamos esto como punto de partida, podríamos decir que todas las trabas (económicas) que se han puesto a que se pleitee en lo contencioso (condena en costas en primera instancia [casi siempre para el mismo lado, cuando se produce], tasas, obligación de abogado a funcionarios….) es doblemente un ataque a la tutela judicial pues si a quién «necesita dinero» se le ponen todo este tipo de trabas económicas, evidentemente dejará de pleitear por mucha razón que tenga o crea tener.

    Otro «avance» en pro de la Justicia…. «Hasta el infinito y más allá».

    Otro aspecto de los querulantes, que aquí se describen como bichos raros y que normalmente no se tiene en cuenta, es el componente quijotesco de intentar desfacer entuertos y luchar contra gigantes… Cuan bien describió Cervantes esa figura, él que de pleitos (de lo contencioso y por expediente disciplinario, ya que le metieron en la cárcel por sus líos como recaudador) sabía algo…

    «Con la Iglesia hemos dado, Sancho»
    Claro que, sin lugar a dudas, Alonso Quijano era un estúpido.

    Quevedo, mucho más sensato aunque también supo algo de cárceles,, dijo aquello de «dónde no hay justicia es grave tener razón» y aquello otro de «poderoso caballero…»

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