Sobre los abogados

¿ El Derecho da la felicidad ?

El Derecho no da la felicidad pero a los operadores juridicos ( abogados y jueces) les proporciona bienestar emocional, aunque no pocas decepciones.

El dinero no da la felicidad, pero ayuda a conseguir muchas cosas que sí la dan. Me preguntaba – cosas de la galvana de fin del veraneo,- si el Derecho «da» la felicidad o si por el contrario, quienes navegan en las turbulentas aguas jurídicas ( abogados, jueces, etc) no experimentan el menor bienestar emocional.

Y se me ocurrieron varias reflexiones y respuestas.

 

1. El Derecho en una visión global y teórica, como conjunto de normas que regulan la vida de la sociedad a la que pertenecemos, y en la medida que da respuesta a las situaciones evitando conflictos, proporciona el ambiente y contexto de felicidad. Si las normas están claras y dan respuesta a los conflictos de intereses, los ciudadanos aceptarán las reglas del juego y además de seguridad jurídica comportará seguridad existencial, sin tener que soportar las tensiones propias de controversias, litigios y desgaste de energías, que provocan malestar.

 

2. El Derecho en cuanto se expresa en leyes concretas con finalidades específicas, es fuente de felicidad a quienes beneficia o colma apetencias y fuente de desdicha para quien las cercena.

En efecto, una cosa es el Ordenamiento Jurídico en su dimensión abstracta y teórica, y otra cosa es el Derecho que nos ha tocado vivir en la práctica de cada momento a cada comunidad, pues aunque la inmensa mayoría de las leyes ofrecen soluciones claras y equitativas ( o al menos, regulaciones neutras), no faltan leyes absurdas, anticuadas o moralmente injustas, y que son fruto de ese duende malicioso que llaman «política» y se envuelve en el celofán de una Ley que salta a los escaparates de los Boletines Oficiales.

A quien le toca soportar la aplicación de una norma en esas condiciones defectuosas, padece infelicidad al cubo, ya que la Ley no le ampara, además no puede luchar contra ella y por ende, su fe en la bondad del Derecho en su conjunto comienza a desmoronarse.

Por otra parte, el Derecho aspira a dar respuesta a la demanda social de manera que en nombre de la mayoría (legítima) una minoría ha de soportar su dictado ( la esencia de la democracia). Por ejemplo, una ley que prohíbe fumar en establecimientos de hostelería provocará el aplauso y dicha de los no fumadores y el rechinar de dientes de hosteleros y fumadores; una ley que sube el tipo del Impuesto de Sociedades será vista con hostilidad por gerentes de entidades mercantiles y con placidez por los trabajadores no empresarios; y no digamos una Ley que acaba con la impunidad de dictadores en el pasado que se creían a salvo, y que provocará alegría en las víctimas y enfado en los tiranos.

En suma, la percepción de cada uno sobre «la justicia» de cada Ley ( según sus particulares valores o intereses) determinará su aplauso o crítica, y con ello su mayor o menor dosis de felicidad.

3. El Derecho en su versión judicial, esto es, el Derecho en el campo de batalla de Juzgados y Tribunales, pocas alegrías proporciona.

Quien demanda, denuncia o promueve la acción de la justicia está embarcándose en un viaje de resultado incierto y con climatología imprevisible, con posibles tormentas y zarandeos de oleaje revuelto, sin perder de vista la vieja maldición gitana («pleitos tengas, y los ganes»).

Quien es demandado o denunciado se siente, de entrada, atacado y maltrecho en su honor por verse arrastrado a los tribunales, y además obligado a asumir unos gastos de defensa bajo una sombría expectativa. Y por supuesto, maldita la gracia que le hace el Derecho a quien sufre una condena penal, inversamente proporcional a la alegría de quien es absuelto.

O sea, que todo pleito supone para ambas partes un engorro e infelicidad, aunque podemos recordar como simpática excepción el chiste de Woody Allen sobre el caso de una pareja que «estaban obsesionados por tener un orgasmo simultáneo y por fin lo tuvieron cuando el juez les concedió el divorcio».

Tampoco me resisto a contar como anécdota, que visité no hace mucho a un conocido en su casa de campo y me llamó la atención que tenía enmarcada en el centro de la pared del salón, la sentencia civil que ganó y en que se condenaba al vecino a cortar el árbol que invadía su finca. No tengo dudas de que si este conocido convirtió la sentencia en una especie de altar privado lo fue para regodearse con el triunfo ( como quien coloca una medalla o copa de éxito deportivo), pues debió experimentar una gran felicidad con la sentencia (posiblemente proporcional a los sinsabores previos al litigio); pero también debo decir que me dió cierta lástima. Lástima por él, al depositar su felicidad en tan pueril victoria; lástima por el condenado, porque nadie le abrió los ojos para evitar tan sencillo pleito; y lástima por nuestro sistema judicial, pasto de vendettas, malicias, envidias y soberbias y otros malentendidos que podrían solventarse civilizadamente.

 

4. El Derecho bajo la perspectiva profesional, del abogado o procurador que ejerce, es saludable ya que constituye su medio de vida. Un letrado no se alegra de que existan litigios sino de que esos litigios si tienen que ser resueltos ( con negociación, gestión o en los tribunales), le sean encomendados.

Además, el abogado experimenta varios pequeños placeres o brotes de felicidad: cuando le encargan el pleito ( por la confianza que demuestra el cliente en su saber hacer); cuando triunfa en una escaramuza procesal o incidente ( por la alegría de una batalla ganada aunque la guerra no esté zanjada); cuando obtiene la sentencia a su favor ( por el reconocimiento tácito al trabajo bien hecho) y por supuesto, cuando consigue cobrar sus honorarios.

En suma, para el abogado el Derecho no le da la felicidad, pero le proporciona momentos felices. Eso sí, la conducta o resultado inverso al expuesto es fuente de insatisfacción, malestar e infelicidad ( si no le encargan el pleito que deseaba, si pierde un incidente, si la sentencia es contraria o si no cobra).

En este punto no puedo menos de hacer constar que cada vez me tropiezo con más abogados brillantes y esforzados que me expresan su desencanto e infelicidad. Estudiaron una carrera universitaria larga, hicieron sus prácticas jurídicas en Escuelas profesionales o en bufetes consolidados y echaron a volar con «sangre, sudor y lágrimas», hasta descubrir las claves de la abogacía, el placer de la lucha judicial y la negociación con clientes y adversarios. Y ahora, fruto de lo que califican de «acoso a la tutela judicial efectiva», se encuentran con que no solo no consiguen la velocidad de crucero en sus bufetes, sino que pierden altura como consecuencia del fuego cruzado de medidas legales de cuestionable sensatez, como en lo que se refiere a lo contencioso-administrativo, el peso de unas elevadas tasas judiciales ( peaje por la Justicia), en numerosos casos irrecuperables, y unas costas procesales sobre las espaldas del vencido ( horizonte tenebroso de gran efecto disuasorio del litigante de buena fe).

Es cierto que a este segmento de abogados teñidos de desencanto, no les queda mas remedio que seguir el consejo dado al galeote Judá Ben-Hur, en la conocida película (Ben-Hur, 1959): «Rema bien y vive». Pero también es cierto que lo que fueron sueños de ejercer una profesión como instrumento de la justicia se ven gravemente socavados (¿ Quien me ha robado mi queso?, ¿ demandarían los ratones al gato que les roba el queso, pagando tasas y siendo digeridos por el felino sin pierden el litigio?).

 

5. Por otra parte, creo que existen cuatro factores de infelicidad latente en todos los abogados, aunque han aprendido a convivir con ello, como «el precio de la profesión».

En primer lugar, el estrés inherente a su labor, ya que luchan con plazos, manejan leyes y reglamentos que les vienen dados y el proceso se convierte en un campo erizado de minas. Ya me ocupé con detalle en mi ponencia titulada significativamente: «Cómo ser abogado y no morir en el procedimiento».

En segundo lugar, la tensión inherente a enfrentarse a otro abogado, sabiendo que dentro de la Ley, «todo vale» (negociación, estrategias, faroles,etc) pues no es agradable saber que otro profesional intentará zancadillearle ( el abogado, a diferencia del médico, cuenta con alguien «que quiere que falle en su labor»). De ahí los «Quince momentos de perplejidad para los abogados» que expuse en otro post.

En tercer lugar, el tener que manejar situaciones mas allá de las leyes, debiendo aplicar psicología fina con el propio cliente (que ve las cosas como quiere verlas) o con peritos y testigos, e incluso tener en cuenta la actitud psicológica del juez ( especialmente valioso en los juicios orales donde la mirada judicial encierra valiosos mensajes tal y como expuse en un anterior post).

Y por último, es difícil sentirse cómodo, en las ocasiones en que se defiende a un cliente pese a saber que carece de razón jurídica o moral, o en que no coincide ésta con la del abogado ( pues corren tiempos en que el abogado no elige al cliente sino a la inversa); puedo comentar que cierto abogado me confesaba su insatisfacción personal (no profesional) por haber ganado un pleito pese a la baja talla moral de su cliente y el abuso de su posición, y me confesaba con tristeza: » Mi cliente ha ganado, pero el sistema judicial ha fallado».

 

6. El Derecho bajo la perspectiva del Juez tiene doble cara.

Por un lado, ser juez es un honor y alta responsabilidad por tener confiado nada menos que resolver un litigio entre ciudadanos asistido por sus respectivos letrados. Interpretar y aplicar las leyes es una altísima responsabilidad pues «la boca del juez se convierte en traductor de la voz del pueblo«.

Por otro lado, conseguir dar el impulso adecuado al proceso, entre Escila y Caribdis (las partes) y lograr hallar la solución al litigio, consiguiendo elaborar una sentencia razonada, proporciona a su autor dosis placenteras y genera endorfinas naturales.

Eso sí, también la infelicidad acecha al juez cuando la solución encontrada resulta formalmente impecable pero materialmente injusta o cuando el pleito revestía tal complejidad que podrían argumentarse soluciones contrarias.

De igual modo, el malestar invade al juez si se revoca la sentencia dictada puesto que a ningún ser humano le gusta que le corrijan y especialmente cuando su deber es aplicar lo que se considera una ciencia, como es el Derecho (aunque todo hay que recordarlo, ni es ciencia exacta por tratarse de ciencia social, ni los jueces son infalibles).

 

7. Finalmente, el Derecho proporciona gotas de felicidad a todos cuantos viven o disfrutan directa o indirectamente del Ordenamiento Jurídico ( editoriales jurídicas, vendedores de togas, centros académicos de formación de juristas, organizadores de congresos jurídicos, blogueros jurídicos,  etc).

 

8. He dejado para el final exponer como la felicidad del abogado a la hora de encontrar la respuesta jurídica a los intereses en lucha se ofrece en varias capas.

Un primer examen del caso encomendado, al encontrar o consultar la norma o ley, si la misma resulta favorable a sus intereses, le provoca un placentero y gatuno ronroneo.

Un segundo examen, cuando se consulta la jurisprudencia ( para robustecer la tesis con la práctica del caso concreto), si se encuentra una sentencia firme que zanja caso idéntico, se produce una explosión mental de dicha ( además esa dicha es proporcional al rango del órgano que dicta tal sentencia: placer discreto si es un órgano judicial de similar rango menor; pero si es del Supremo, mucho más, y si fuere del Tribunal Constitucional, los fuegos artificiales pueden adivinarse).

Nuevamente, debo señalar que la infelicidad ofrecería capas correlativas si el hallazgo jurídico fuese inverso y contrario a los intereses patrocinados por el abogado consultante.

En fin, personalmente creo que para ser feliz no hay que olvidar que el Derecho no lo es todo en la vida y que la Felicidad resulta escurridiza, lo que me lleva a recomendar la lectura del post que me aventuré a publicar en mi blog lúdico vivoycoleando.com titulado  los 25 hábitos de las personas alegres que les dan felicidad.

 

 

 

 

8 comments on “¿ El Derecho da la felicidad ?

  1. Soy abogado y sólo aspiro a jubilarme cuánto antes… En España la administración de justicia (no me atrevo a llamarla justicia) se ha deteriorado, a pasos agigantados. Desde los asuntos que se pudren, literalmente en los juzgados, y al final el cliente acaba desistiendo, o lo que es peor, cambiando de abogado, pensando que eres un inútil (la gente se cree que nosotros organizamos la agenda judicial), pasando por las tasas, y el poco interés en trabajar de muchos jueces, fiscales y funcionarios judiciales. Y no digo secretarios, pues estos en general, y salvo excepciones, nunca han trabajado mucho…

  2. Carlos Goyo

    Antonio García Gómez… intereso contactar con Ud.. Puede enviarme mensaje a carlosgoyo123@gmail.com

    Un saludo.

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