Contencioso

Regreso al futuro de la Universidad con Ricardo Rivero

Ricardo Rivero

Ayer tuvo lugar la presentación de la colección «La Universidad del siglo XXI» (ediciones Universidad de Salamanca) contando con la presencia del Secretario General de Universidades, José Manuel Pingarrón, y abriéndose con los tres primeros libros de la colección: El futuro de la Universidad (Ricardo Rivero), Calidad y Universidad, de José Ángel Domínguez, y Nuevo modelo conceptual de transferencia del conocimiento (Salustiano Mato).

Me detendré ahora en el libro que, como buque insignia, abre la colección, El futuro de la Universidad, del que es autor Ricardo Rivero Ortega, actual Rector de la Universidad de Salamanca y Catedrático de Derecho administrativo.

Este libro de un tamaño manejable y en poco más de trescientas páginas es, a mi juicio, una de las obras más clarividentes e ilustrativas sobre la Universidad pública: de dónde viene, dónde está y hacia dónde va o debiera ir.

Confieso que pese a haberme atrevido en el pasado a escribir algún trabajo sobre las universidades públicas, la lectura de este ensayo me ha hecho empequeñecer al mostrarme la Universidad en todas sus dimensiones y esplendor, desde ángulos infrecuentes, sin mengua de la razonada crítica de sus puntos débiles.

Una obra amena, cálida y sensible, que demuestra la necesidad, casi compulsiva del autor, de encontrar respuestas para mejorar la universidad y resolver sus problemas actuales. Al fin y al cabo Ricardo Rivero ha alzado como piedra angular de su vida a la Universidad de Salamanca, siendo protagonista en papeles o cargos significativos en la misma y constante testigo privilegiado de las glorias y miserias de la institución, en tiempos de vacas gordas y vacas flacas, compartiendo sus esfuerzos y desfallecimientos, y cosechando días de vino y rosas.

Confieso que en mi fuero interno veía, como muchos otros escépticos, a las Universidades como los dinosaurios, a punto de extinguirse por el impacto de los meteoritos de la enseñanza digital, la competencia global y la universalización de la cultura. Sin embargo, Ricardo consigue devolvernos la esperanza mediante un prodigioso estudio que afronta temas complejos con atractiva exposición, y apartando el cáliz de los planteamientos tópicos de tinte derrotista.

El autor rechaza las reformas oportunistas, ya sean de políticos o tecnócratas, que persiguen “cambiar todo para que nada cambie”. Tampoco acepta que tenga el enemigo en casa porque cree en la bondad natural y poderío de la comunidad universitaria. Y no cae en la miopía de defender una universidad provinciana y parasitaria de la sociedad. No. Ricardo es un abanderado de la Universidad moderna, dotada de autonomía, nido de espíritu crítico, con vocación de servicio, transparencia y responsabilidad. Para explicarnos cómo se ha forjado tan admirables convicciones nos ofrece este feliz ensayo.

La obra arranca de indagar en lo que son las Universidades actuales y los distintos modelos. A continuación se pregunta por su finalidad institucional y sus competidores en la transmisión de conocimiento. Y como buen platónico, Ricardo no inventa grandes verdades sino que las descubre entre los estratos de cientos de lecturas y mil y una experiencias personales, para atender las grandes preguntas que encabezan los respectivos capítulos: ¿cuándo y dónde nace la universidad?, ¿cuál es la misión de la universidad?, ¿qué es una buena Universidad?, ¿es posible el buen gobierno universitario?, ¿cómo funcionan y evolucionan las comunidades universitarias?, ¿puede la Universidad no ser internacional?. El índice de la obra es elocuente del acierto de la hoja de ruta para encontrar las respuestas.

No se trata de una paseo retórico, trillado y anclado en cifras o papiroflexia complaciente. No. Se trata de un estudio cargado de una enorme erudición que se expresa en oportunísimas citas de fuentes jurídicas o literarias, clásicas o modernas, de discursos, informes y memorias. Sin embargo, el lector no se siente acosado por los datos sino ayudado por los mismos, cual cómodo viajero de un tren hacia la ciencia, en que el maquinista le susurra por altavoces lo que puede ver por la ventanilla, y le recuerda de donde viene y hacia dónde va. En tal viaje nos acompañan como pasajeros Unamuno, Ortega y Gasset, Umberto Eco, Paulo Freire, Howard Gardner, Jurgen Habermas, Tomas Kühn, Elton Mayo, Michel Sandel y cientos de sabios, con especiales referencias a grandes administrativistas, así como significados humanistas y politólogos. De todos aprendemos algo en las páginas de la obra.

La tormenta de ideas está servida. Hace falta haber leído mucho y haber pensado más para poder explicar con esa lucidez lo que son realmente las universidades.

El autor confía en la capacidad de adaptación y supervivencia de las universidades. Confía en el capital humano de sus tres estamentos (profesores, alumnos y personal de administración y servicios) y confía en que jamás perderán de vista su misión de generar y transmitir conocimiento. Este sano convencimiento del autor es fruto de un examen sereno de la evolución de las universidades y del inmenso legado que han hecho a la ciencia y la cultura, no siempre valorado en sus justos términos. No importan las etiquetas que se apliquen a las universidades, conservadoras o progresistas, elitistas o igualitarias, ni su focalización en ciencias básicas o aplicadas, pues como afirma el autor, “La Universidad no es de talla única” (pág. 146). Su variedad refleja la respectiva comunidad universitaria y su seña de identidad se alzará en fuente de competencia, de enriquecimiento institucional y de fecundo avance de la ciencia, alejando la universidad pública de la amenaza de sucedáneos educativos del sector privado, pues «los modelos americano y europeo comparten la genética de la libertad de la ciencia, del afán ilimitado de la búsqueda de la verdad (…) Las principales instituciones sociales han encontrado su semillero natural en la Universidad» (pág. 92)

Por eso recomienda para la excelencia explorar modelos de buen gobierno, que faciliten la canalización de las ideas y la pluralidad hacia la misión común, y que se potencie el papel de Agencias de Calidad así como por la transparencia, de manera que todos sepan lo que se cuece, no en la torre de marfil, sino en la torre de cristal que debe ser la Universidad para que la sociedad la contemple y sepa su rendimiento y costes, y poder exigir responsabilidades. Por eso, bien están los indicadores que reflejan publicaciones y patentes, ponencias y número de egresados, “pero todo eso se logra también con cultura, sentimiento de pertenencia, compromiso social e incluso celebraciones, porque el entorno de grupo es clave para diferenciar la Universidad de otros espacios de saber diferentes” (pag. 135). Y con esa comunidad en ebullición interna, es lo que generará mejoras en el exterior pues “La Universidad pública ha sido históricamente y debe seguir siendo la palanca de la movilidad social, sobre la base del mérito y la capacidad, el esfuerzo individual según un concepto de inteligencia incremental (no dada de una vez por todas), abierta a cualquier persona deseosa de acrecentar su saber y su preparación, siempre al servicio de la sociedad” (pág. 273).

Deja claro que la Universidad no está para ocurrencias ni es un juguete político, pues «La Universidad es un conjunto de personas que aspiran al conocimiento, con voluntad de ampliación de su saber. Estas gentes merecen la consideración y el respeto de los legisladores. Por muchas razones los estatutos siempre han marcado un espacio propio universitario en que el poder político no debe inmiscuirse, porque el Estudio es una casa común que merece ser atendida» (pág. 231).

Tampoco teme el impacto de las tecnologías ni a los vientos mercantilistas pues “A lo largo del tiempo, la Universidad se ha demostrado capaz de adaptarse en el sentido social. Algunos de sus cambios, además, han sido extraordinariamente beneficiosos. La historia demuestra su permeabilidad a circunstancias cambiantes, sin modificar por ello aspectos esenciales de su propia naturaleza: un espacio en el que docentes y discentes comparten conocimiento y experiencias vital para la ampliación de su saber, donde se gesta el progreso individual y social, generación tras generación” (pág. 311)

En definitiva, no estamos ante un libro de colorines sobre la universidad (Libro blanco, etcétera), ni ante un libro somnífero de autobombo universitario, ni ante un libro vacío de novedades. Estamos ante un libro sobre la universidad que debería ser lectura obligada y preceptiva tanto para todo miembro de la comunidad universitaria como para cargos educativos. Concentra un diagnóstico certero y completo, y ofrece recetas imaginativas, sin concesiones corporativas y con ganas de que la Universidad y los universitarios demuestren a lo sociedad lo que son capaces de hacer.

En definitiva, es un placer asistir a estas lecciones tan vigorosas sobre la Universidad ofrecidas con el estilo suelto de Ricardo, propio de un crítico de arte al ilustrarnos sobre una obra grandiosa, mostrando sus luces y sombras, el fondo y la forma, y sobre todo indicándonos lo que no vemos el común de los mortales.

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