Tirando de la manta

La calidad de algunos políticos impacta en la calidad del Derecho de todos

En la naturaleza, Darwin nos mostró que las especies mutan o se extinguen por eso que se llama la selección natural. En el mundo jurídico, los institutos, las instituciones y las reglas de derecho público mutan o se extinguen por lo que se llama discrecionalidad política, ya se ejerza en sede parlamentaria o por los gobiernos.

El profesor de filosofía de la Universidad de Turín, Michelangelo Bovero acuñó el término “Kakistocracia”, basado en que “kakistos” en griego significa lo peor de lo peor, inspirado en los derroteros de la política italiana caracterizada por la existencia de gobiernos demagógicos basados en lo que calificó de idiotización mediática del electorado, aunque parece que este mal no entiende de fronteras (acuden a la mente los casos de Trump, Putin o Boris Johnson, y los más cercanos que el lector tenga a bien pensar).

Si tales son los reyes, tales serán las leyes. El problema es que la población quiere normas claras que organicen la vida social con sentido común y seguridad jurídica. Pero impera la curiosa ley de vasos jurídicos comunicantes: buenas normas comportan la confianza y conciencia ciudadana del deber de cumplirlas porque debe hacerse así, con lo que el nivel de litigios baja y la crítica política se modera; en cambio, si las leyes y reglamentos son malos, se produce la desconfianza y la conciencia ciudadana no sufre al incumplirlos, de manera que el nivel de litigios sube y la crítica política se aviva.

Así y todo, los boletines oficiales soportan cualquier contenido y la ciudadanía tiene una inmensa capacidad de encajar lo que mandan leyes y reglamentos, aunque tristemente tenía razón Platón cuando afirmaba que «La gente buena no necesita leyes que les digan que actúen de manera responsable, mientras que la gente mala encontrará la manera de eludir las leyes».

No es infrecuente que se dirijan quejas contra sentencias o jueces, cuando quizá el problema está en la norma que aplican, y se olvida que los jueces son independientes para aplicar la norma pero no para saltársela, y su margen de decisión se mueve dentro de la interpretación de la norma (sin salirse del cauce del texto y contexto legal) o mediante el excepcionalísimo recurso a consideraciones de equidad.

Eso sitúa el problema de la Justicia, y de la esfera de derechos y libertades de la ciudadanía, en la calidad de la norma, que a su vez se desdobla. Por un lado, en la técnica jurídica al servicio de la racionalidad, congruencia y buena factura. Por otro lado, en la oportunidad o acierto en el contenido de las normas.¿Cómo se hace?

Para controlar la técnica jurídica está la primera línea de técnicos, letrados y órganos consultivos dentro de las filas del ejército de la Administración; además cuenta con la ayuda de la jurisprudencia y la voz de la doctrina.

Para controlar la oportunidad o acierto del contenido de la norma, contamos con la seriedad, visión institucional y capacidad de los gobernantes para no perder el norte del interés general. Aquí está el terreno quebradizo, pues en mayor o menor medida, parece que la inmensa mayoría de los gobiernos tienden a confundir el interés general con el interés del partido, el interés común con el interés particular de mantener el poder, o el mayor bien para más ciudadanos con el mayor bien para los sectores de ciudadanos cuyos votos se codician.

Por si fuera poco, parece que la pandemia sanitaria acompaña una pandemia de la mala política que provoca leyes (y reglamentos) como fruto de transacciones poco transparentes, de visiones a corto plazo, de improvisaciones o de ocurrencias al hilo de lo políticamente correcto, que debilitan la confianza y seguridad jurídica. Se atiza la zozobra popular cuando se toman medidas que enfrentan a generaciones (pensiones), a grupos sociales (propiedad), que hieren sensibilidades nacionales o nacionalistas (caso catalán), que afectan a servicios básicos (electricidad), o a la continuidad de instituciones (CGPJ o Tribunal Constitucional como “muertos vivientes” que no se renuevan).

Cobra actualidad el escenario trazado por el escritor GK Chesterton:

El gobierno se ha vuelto ingobernable; es decir, no puede dejar de gobernar. La ley se ha vuelto ilegal; es decir, no puede ver dónde deberían detenerse las leyes. La característica principal de nuestro tiempo es la mansedumbre de la turba y la locura del gobierno»

Quizá más allá del grito personal que todos proferimos para luchar por el derecho y la justicia, debería regenerarse la clase política para recuperar el buen derecho.  Es hora de regenerar la clase política para recuperar el buen derecho. No es problema de uno u otro gobierno, sino de todos los partidos políticos, pues «tanto montan, montan tanto, cuando todos quieren apuntarse el tanto».

De no hacerse así, si se estira el chicle de la paciencia popular frente a la tiranía política podemos quedar al borde de lo que exponía en el siglo XVII John Locke (Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil) :

Cuando al pueblo se le hace sufrir y se encuentra expuesto a los abusos del poder arbitrario, la rebelión tendrá lugar, por mucho que se les diga que sus gobernantes son hijos de Júpiter, sagrados o divinos, descendidos de los cielos o autorizados por ellos, o cualquier otra cosa. Un pueblo que es maltratado y cuyos derechos no son respetados, estará siempre listo para, en cualquier ocasión, sacudirse de encima la carga que pesa sobre él.

Ese diagnóstico vale para hoy día, aunque no la receta. No se trata de acudir a rebelión alguna, pues hemos conquistado altos niveles de civismo y las reglas de la democracia deben mantenerse. Sencillamente deberíamos percatarnos que las arbitrariedades fruto de la política, aunque vayan envueltas en mayorías parlamentarias o gobiernos legítimos, degradan el tejido institucional y la seguridad jurídica.

Ni las leyes, ni las mayorías que las sostienen, son infalibles, pero bueno será tener presente que los posibles errores no desaparecen por publicarse en los boletines oficiales, y mucho mejor será, que toda norma sea fruto de una maduración, reflexión y debate serio, y sobre todo, preguntándose qué efecto producirá a corto, medio y largo plazo y sobre todo por qué ningún parlamento o gobierno la aprobó antes. Y como no, aprender a rectificar. Nada malo hay en lo que se explica.

Quizá la decadencia política debe combatirse con debates sociales y académicos; con una mejor formación de políticos y ciudadanos, con mayor educación y sentido solidario, con auténtica regeneración ética de toda la clase política, elegidos y electores; y con ciudadanía que aprenda a disfrutar del pluralismo de la información para sacar conclusiones propias. Y como no, todos debemos sacar enseñanzas sobre lo realmente valioso en esta vida, tras la trágica pandemia del coronavirus, el infortunio de Afganistán, las terribles inundaciones en buena parte de España o el terror sembrado por el volcán de La Palma, entre otras calamidades.

Es hora de tener altura de miras. No es cuestión de ideologías ni de concretos partidos políticos, sino de que algunos percibimos en España la existencia de una clase política general – de todo el arco ideológico- manifiestamente mejorable.

Escuchamos día tras día al gobierno y a la oposición y a los partidos colaterales, y todos parecen inspirarse en estrategias y consecución del botín político. Nos sorprende este escenario de constante refriega, cuando los que hemos vivido la primera época de la democracia pudimos comprobar que el debate de ideas, las medidas impopulares y los cambios institucionales (agitados por partidos políticos y líderes con altura de miras), eran compatibles con el rigor jurídico y el respeto a unas convicciones de Estado comunes a todos los ciudadanos y grupos.

¿Podrá cambiar la clase y estilo de nuestros políticos y cambiar la calidad y oportunidad de leyes y reglamentos? Quizá no es posible eliminar las manchas del leopardo pero sí domesticarle para, al menos, impedir que devore sin necesidad.

Si se trata de cambiar el poder de políticos y partidos que los sustentan, el problema radica en que la llave del cambio la tienen los propios políticos, y ningún animalillo cierra la propia jaula. Si se trata de cambiar el interior del político y su conciencia, su empatía social, estamos ante un reto de construcción personal, con educación y altos valores; reconozco que existen políticos de tremenda estatura moral y sano afán de servicio, pero pocos sobreviven en la marejadilla de la política, pudiendo parafrasearse la afirmación del escritor Jonathan Swift:

Cuando en el mundo aparece un político bueno y razonable, puede reconocérsele por este signo: todos los necios se conjuran contra él»

 Soy consciente de que, si elegimos y votamos libremente, quizá no queremos ni merecemos cambios, pero siempre resultará legítimo que podamos hacernos la pregunta del escritor del siglo XVIII, Thomas Love Peacock

¿Es el nuestro un gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo, o más bien una kakistocracia, en beneficio de los bribones a costa de los tontos?»

En definitiva, y este es un comentario a título estrictamente personal de arriba abajo, que se expone al público sencillamente para transmitir que algunos que llevamos décadas viviendo en democracia y con fe en el derecho, sentimos que se tambalean las columnas del templo jurídico y nos preocupa que se desplome sobre todos. Lo que somos, lo que tenemos y lo que podríamos ser y tener en el futuro, está en juego.

Nota.- Este artículo en su mayor parte fue publicado en el pasado domingo 10 de octubre en el Diario La Nueva España

17 comments on “La calidad de algunos políticos impacta en la calidad del Derecho de todos

  1. Carmelo

    Acertada reflexión adornada de estupendas citas de afamados pensadores, pero no hace falta ir tan lejos, «Trump, Putin o Boris Johnson», los tenemos en casa.

  2. Quinto

    Llamar excrementos a Trump Putin o el inglés es un ejercicio de entusiasmo por lo político imperante.
    Aznar ZP Rajoy Sánchez expresan mejor el uso del poder público al servicio de intereses personales.
    La mediocracia de los líderes político es un mal pandemico.
    Esta en todo lo institucional
    En la empresa privada sólo dirige el que vale.
    La pillocracia publica se puede llamar.

  3. ¿Y jueces?

    • Joaquín

      A los jueces se les elige por oposición, y sus sentencias en muchos casos son revisadas por la siguiente instancia, que es un órgano colegiado. Precisamente uno de los problemas de la política actual, frente a la de la transición, es el excesivo poder que ostenta el lider en los organos colegiados de la cúspide de los poderes del Estado y de los partidos políticos. En mi opinión.

      Y si la composición de esos organos colegiados judiciales a veces produce desconfianza, no es culpa de los jueces sino del sistema de elección para formar parte de ellos, y en última instancia, de la politización del CGPJ, que es lo realmente preocupante, por no hablar de la del TC.

  4. Benedito Alvarez García

    Con todo respeto, Sr. Chaves.
    Este comentario, de un magistrado en ejercicio, es claramente desafortunado e improcedente.
    Ya puestos, la calidad del poder judicial dista bastante de ser la correcta. A los políticos podemos echarlos ejercitando el voto, a los jueces, no. Y los hay que merecían eso. Pero ya se sabe el corporativismo judicial, de tantos años.
    En fin, Sr. Chaves. Como dice un proverbio, «las águilas, a veces, vuelan a la altura de las gallinas».
    Hoy tocó gallina.

  5. Alfonso

    Completamente de acuerdo con el comentario.
    Añadiría que la técnica legislativa tampoco está a salvo de los políticos, porque no hay directivos públicos independientes del poder de los partidos políticos. El sistema de botín o expolio de las administraciones públicas sigue vigente y cada vez en mayor medida (porque, en efecto, en los años 80 del pasado siglo, parecía que el asunto iba por buen camino, pero se ha torcido).
    Un saludo.

  6. juan perez periañez

    Buenos dias, muy buen comentario. Soy de los que creen en las personas, no en los partidos polìticos. Admiro A Felipe González, a Rodriguez Feijoò, a Julio Anguita, a Manolo Pimentel, pongo por caso, .y me parecen inùtiles otros muchos. Los partidos polìticos son una fàbrica de individuos sumisos, mediocres y profesionales del asunto, donde no existe la democracia. A quienes aborrezco son a los hipòcritas, puesto que sus actos, su manera de vivir, se contradicen con lo que vociferan: Pablo Iglesias, Irene Montero, Echenique…
    En cuanto a miembros de la judicatura que se pasan a la polìtica, pues de todo hay: Gente muy vàlida como Margarita Robles o Enrique Lòpez, y otras totalmente al servicio de sus partidos: Lesmes, Marlaska..
    Menciòn aparte merecerìa el caso de ida y vuelta y otra vez ida, esta a la fuerza, de Baltasar Garzòn; poco tiempo en la polìtica como para ser juzgado, pero muy mediocre jurista a mi criterio.

    Serìa deseable, y no sòlo en la polìtica, tambièn en el mundo jurìdico, que no pensemos tanto en el presente o en el futuro a corto plazo, que lo hagamos con horizontes espaciales muchos mas amplios…Esta mañana escuchè en la radio que se està planteando si sobre la lava y las cenizas del volcàn de La Palma se podrà o no construir en su dìa…No se tiene en cuenta que en 50, 100 o 300 años, habràn sucesivas erupciones…

    Y en nuestro campo, ¿para cuando los neuroderechos como derechos fundamentales ? Sigamos el ejemplo de Chile.

  7. Javier Donate

    Me encanta su artículo y personalmente comparto sus apreciaciones.

  8. Alicia

    Muy buen artículo, mi querido José Ramón

  9. Como siempre, un artículo exquisito, pero también, como casi siempre, equidistante; muchos políticos, de todo el arco ideológico, son manifiestamente mejorables, pero unos más que otros, y lo sabe. Acudamos a Jonathan Swift y tendremos parte de la respuesta. Pero comprendo perfectamente que dada la alta magistratura que ostenta deba quedarse en sus afirmaciones en donde, necesariamente, se queda. Por eso ya en algún comentario anterior le he dicho que usted daría un político excepcional por su preparación, etc, etc… Aunque también podría sufrir a los medios de contaminación desinformativa, que hoy son los que campan por sus fueros, por estos fueros.

    • Bien sabes, Nacho, que leyendo entre líneas se interpreta el más complicado jeroglífico, y como escribo tanto y hablo demasiado, ya he sido muchas veces crucificado. Un saludo afectuoso.

  10. Sin peloteo; que bien escribe, como medita cada palabra, cada frase, cada giro, y que cuidado, intentando no ofender a nadie…(pero no lo logra), mi admiración por decir mucho escribiendo poco. Peroooo, no va a gustar a muchos que un Magistrado en ejercicio, se pronuncie sobre nada de esto, por mucho cuidado que tenga.
    Todo es mejorable, desde la política en general, a las sentencias.
    La que podríamos llamar decadencia política en general no es sólo de hace unos pocos años, a mi entender lleva ese derrotero desde hace casi dos décadas y va en progresión…cada vez peor, y se agudizará más aún.
    Pero ya sabe y aplicará, porque será una norma, no se pueden llamar a alguna raza de perro, «perros de trabajo» porque no se pueden sindicar los animales…se llamarán animales asociados a tareas….Tengo ganas de leer esa nueva ley, ya que cuando uno sonríe, le aumentan los años de vida y quiero vivir mucho más.

  11. JuanFran

    Le cito: “Es hora de tener altura de miras. No es cuestión de ideologías ni de concretos partidos políticos”. El clásico “todos son iguales” dicho de otra forma. Pues mire, no, aunque lo intente matizar en algún párrafo. Yo creo que es hora de la Política y no del mensaje facilón, sea en un tuit o en una tribuna.
    ¿Acaso son todos los jueces supremos que aprueban -ejem, ejem- oposiciones un dechado de virtudes? La pequeña demagogia sigue con la gran farsa y termina con la justificación de la tecnocracia, el populismo y el autoritarismo (la frase es mía). Debemos tener cuidado en justificar ciertas cosas y en homologar lo que en Alemania, por ejemplo, ni siquiera suma para pactos de cualquier tipo.

  12. FELIPE

    Saben lo que primero que ha hecho Georgio Paris, premio nobel de Física de 2021, tras ser informado de la concesión del premio: pedir a la Ministra de Investigación más recursos para la ciencia y que Italia sea más acogedora para los investigadores.

    Saben lo que contestó cuando se le preguntó sobre porqué, a diferencia de otros científicos que guardan silencio, daba su opinión y levantaba su voz: «los científicos somos parte de la sociedad y creo que sobre ciertos temas es justo que tomemos partido. LAS `PERSONAS QUE TIENEN UNA VOZ MAS FUERTE LO TIENE QUE HACER MÁS, PORQUE SU VOZ SE ESCUCHA MEJOR».

    Pues bien, eso y no otra cosa es lo que ha hecho el Sr. Chaves. Estamos construyendo una sociedad nominalmente demócrata pero en la que cada día germina más normativa sectaria, cortoplacista, absurda, inencajable e intolerante. Son los hechos, y no las palabras, los que desvelan lo que de verdad somos. Y en ellos no se encuentran señales inequívocas de democracia real -la propugnada, entre otros, por los arts. 1.1, 1.2, 7, 9.1. .3 y 10.1, 81 y ss., 97, 103.1, 106.1, 122 y 159 de CE-. Ser valiente, demócrata y comprometido sacando públicamente a relucir este gravísimo problema, que a todos afecta y particularmente al autor, dando su opinión -¿cuál va a aportar sino la suya?-, ha sido su pecado. Propugnar la vuelta a un grado mínimo e inderogable de democracia y civilidad, para lo cual «todos» debemos estar implicados, parece sobrepasar a algunos que centran su atención en el dedo que señala y no en la luna señalada.

    Se trataba de poner sobre la mesa la realidad del problema, no de estar o no de acuerdo con la opinión que sobre el mismo emite el autor. Se trataba de hacer reflexionar, crear debate, arrancar pareceres bien argumentados, mover al adormilado panal social y expulsar a avispones -asesinos de abejas-, zánganos, incapaces y desocupados (malos políticos, malos funcionarios, malos jueces, malos ciudadanos) para poder volver a producir miel (buenas leyes, buenos servidores públicos, buena Justicia, buena convivencia, buenos ciudadanos). Se trataba de despertar y exhortar el espíritu cívico-democrático. Ese, por cierto, que los jueces -sí, también los jueces-, el ejecutivo, la oposición -y todos los partidos políticos legales-, han de amparar, defender y promover. Ese que, si no reaccionamos, está en vías de extinción. ​

  13. María V.

    «Se atiza la zozobra popular cuando se toman medidas que enfrentan a generaciones (pensiones), a grupos sociales (propiedad), que hieren sensibilidades nacionales o nacionalistas (caso catalán), que afectan a servicios básicos (electricidad), o a la continuidad de instituciones (CGPJ o Tribunal Constitucional como “muertos vivientes” que no se renuevan).»

    He aquí el quid (¡con la iglesia hemos topado!)de la cuestión y el porqué de la «equidistante» reflexión… Y es que la zozobra popular quienes la atizan son los del «todos son iguales»… Y este artículo es una muestra de ello. Como alguien ha dicho más arriba, hoy tocó gallina.

  14. Se dedican a la profesión POLITICO personas demasiado jóvenes, sin experiencia profesional. Y ello a pesar de la cantidad inmensa de prejubilados y jubilados que hay desde los 55 hasta los 75 años, con formación académica y experiencia laboral. Ese es el problema del funcionamiento institucional. Estoy convencido de que la misma composición parlamentaria, si tuvieran 10 años más, daría un escenario más eficaz y menos tormentoso.

  15. manuel perez

    Maestro y amigo Chaves, aunque que hay controversia -sana critica- a mi me parece que es un articulo muy bueno. Para ser excelente, un servidor no habría puesto a Boris Jhonson a la misma altura que Putin o Trump, pero es opinable.
    Creo que no procede sacar a colación a los españoles, porque es notorio y publico y todos los entendemos. En España sigue siendo obligado escribir entre lí
    neas.
    Y la critica a los jueces no toca ahora…me parece «y tu más».
    Saludos cordiales

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