Humor y Administracion

Hacia un Impuesto sobre la Belleza

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Alberto Alsina, profesor italiano de la Universidad de Harvard ha defendido que una politica de menos impuestos para las mujeres estimularía su incorporación efectiva al mercado laboral, además de hacer mas atractiva su contratación por los empresarios.

    1. Este planteamiento (no sólo revela la devaluación del profesorado de Harvard) sino que resulta de un materialismo ofensivo, ya que sólo desde un análisis simple puede sostenerse que una mujer prefiere quedarse en casa con su título académico bajo el brazo, salvo que tenga beneficios fiscales por saltar al mercado. A juicio de Sevach, el factor actual mas decisivo sobre el acceso de la mujer al mercado laboral es la maternidad, ya sea como expectativa o como realidad. Posiblemente si los hombres pudieran quedarse embarazados tomarían sus decisiones igualmente en atención a esa variable.

    Ahora bien, considerar que la palanca de un impuesto mueve toda una vida es sobrevalorar las leyes tributarias, y minusvalorar la libertad de criterio humano.

    2. Sin embargo, esta peregrina idea le ha recordado a Sevach, un pasaje de una de sus novelas, la titulada «El Calor de la Fantasía», que fue escrita al filo de la treintena y por cierto, devuelta por siete editoriales a las que se envió. Oigamos al personaje, un singular profesor universitario, de monóculo y gran volumen, cuyo nombre es Pitt con apariencia de G. K. Chesterton:

      – El gobierno australiano me había encargado un estudio de un sistema de impuestos justo para su población. Quizá al estar en las antípodas no tenían noticias de mi decadencia académica. Me pagaron generosamente.- Se aflojó la corbata. Empezaba a sudar. Una cascada creciente de pliegues carnosos se marcaba en su camisa a la búsqueda de aire puro.

      Pitt era feliz hablándonos de sus ideas así que se disparó en explicaciones:

      – Australia es un país nuevo. Hermosos paisajes, conejos burlones y población joven y emprendedora. Hay mucho por hacer y por aquel entonces, el Gobierno necesitaba recursos. Los impuestos actuales se basan en recortar la renta o el patrimonio de las personas. Puesto que nadie discute que debe pagar más quien más tiene, propuse el establecimiento de un impuesto sobre belleza física. Es sabido que la belleza física es la única diferencia que impone la naturaleza y que pronto se constituye en fuente de desigualdades económicas, sociales y profesionales. No tienen el mismo éxito económico y social una persona hermosa que un adefesio. Las oportunidades y posibilidades de prosperar y obtener satisfacciones, no sólo sexuales, son mayores en las personas hermosas que en las que no lo son. Me llevó mucho tiempo reducir a fórmula matemática este curioso fenómeno que es el auténtico motor del ecosistema humano. La resultante es el Poder, y los factores que se combinan son el sexo, el dinero, la salud, la expectativa de vida y el grado de cobertura de necesidades básicas. Pues bien, cada australiano se calificaba a sí mismo en un impreso oficial según una escala de belleza. A mayor calificación mayor obligación de pagar. Los Tribunales podrían revisar la calificación e imponer multas puesto que no faltaban aquellos que por soberbia se consideraban más bellos y los que por humildad (o avaricia) se consideraban más feos. Quienes no podían pagar con dinero, venían obligados a prestar servicios personales sustitutorios. Un organismo de represión del fraude comprobaba la calidad estética de los contribuyentes.

      – Es un sistema justo. – Afirmó la escultural Sandy, en la convicción de que tal sistema le beneficiaba.

      Es un sistema injusto.- Espetó su adusta hermana, en la convicción contraria.

      – Claro que es justo.- Replicó Pitt – Como la belleza va naturalmente asociada a la adolescencia y en esta etapa de la vida el dinero no abunda, los jóvenes se veían obligados a pagar con servicios complementarios. Así, Australia obtuvo los funcionarios más hermosos del mundo, un ejército poblado de ninfas y querubines, y unos hospitales servidos por exuberantes enfermeras, y hay otras ventajas, bla, bla, bla…».

    3. Lo curioso es que quizás pueda jugarse con la idea de un Impuesto sobre la Belleza. Al fin y al cabo, lo que la Constitución impone es que el hecho imponible se apoye en cualquier manifestación de «capacidad económica», como es la renta o el patrimonio. ¿Acaso un cuerpo escultural, de hombre o mujer, no supone una ventaja competitiva en el mercado?. ¿Alguien puede dudar de que para superar una entrevista, una oposición o agilizar un trámite puede influir la apariencia física?.
    Recuerda Sevach un experimento efectuado por un psicólogo que sencillamente utilizaba como gancho en una cabina telefónica en la vía pública a una chica, que tras telefonear se dejaba «olvidada» la moneda junto al teléfono. Pues bien, de las personas que esperaban y que hallaban la moneda olvidada nada mas entrar en la cabina, si el gancho era una belleza, ocho de cada diez varones corrían fuera de la cabina para llamarla y entregarle la moneda. En cambio, si la persona que hacía de gancho no era físicamente agraciada, tan solo dos de cada diez varones se apresuraban a entregarle la moneda. Con razón decía el filósofo que «la belleza es una carta de recomendación escrita por Dios». Aunque el inconveniente de la belleza, según Ninon de Lenclos es que «el crédito de esta recomendación no dura mucho tiempo».

    4. Y siguiendo con el juego argumental, con los tiempos que corren podría hablarse de un Impuesto sobre la Plusvalía de Belleza cuando alguien aplicase cirugía estética para operarse los labios, facciones o el cuerpo. O de un Impuesto sobre el Valor Estético Añadido si además de Hermosura el agraciado o agraciada tuviera el don de la sonrisa o un caminar elegante. Y quizás un Impuesto sobre el Matrimonio, por la incidencia que tal relación produce sobre la belleza, aunque posiblemente testimonial ya que el matrimonio según la leyenda urbana propicia cierta molicie y abandono. Además podría hablarse de exenciones de tal impuesto a partir de cierta edad, o de aplicación de una tarifa progresiva y creciente hasta la edad madura y una tarifa regresiva con posterioridad a ese período.

    5. En fin, valga lo dicho en clave de humor, ya que la combinación mas explosiva y que mayores beneficios sociales da, no es la hermosura pura y dura, sino la simpatía y la bondad. Una combinación demoledora, y que en vez de ser objeto de gravamen impositivo debería se objeto de beneficios fiscales para incentivarla. Como replicaba el malogrado John Lennon, cuando se atrevían a decirle que Yoko Ono era fea:

    «Este mundo es una isla desierta que no necesita personas que digan cosas horribles sobre la belleza de los demás, sino personas que todos sentimos con belleza sobrenatural porque saben sonreír».

0 comments on “Hacia un Impuesto sobre la Belleza

  1. Ya puestos, podría fijarse un «Impuesto sobre la Inteligencia», aunque ahí si que declararse «inteligente» sería muy «estúpido» pues habría que pagar más.

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