La Junta General del Principado de Asturias aprobó por unanimidad una proposición no de ley para que el Gobierno regional declare la gastronomía asturiana como bien cultural inmaterial según informa la prensa regional. El fundamento para tal medida parece ser el Convenio para la salvaguarda del patrimonio cultural inmaterial, aprobado por la UNESCO en 2003, y al que define como ejemplo de petulancia normativa nada menos que como «crisol de la diversidad cultural y garante del desarrollo sostenible». Y en consecuencia, cogiendo el rábano cultural por las hojas proponen la ingeniosísima y novedosísima medida de que la gastronomía asturiana sea «recogida, documentada, debidamente protegida y puesta al servicio de los investigadores y la ciudadanía». O sea juegos florales, que reflejan que los legisladores están ajenos a los problemas reales de los ciudadanos ( crisis económica, vivienda, trabajo, seguridad…) y además se ocupan de regular lo que no necesita regularse. Una cosa es la protección del consumidor, de las denominaciones de origen o la labor de fomento de la gastronomía con divulgación de sus excelencias, y otra muy diferente es afrontar la subida a los altares administrativos de la «gastronomía asturiana» en abstracto y etiquetarla como «bien inmaterial de interés cultural». Toma ya. ¿Acaso algún paisano necesitan que le digan que las fabes o la sidra son de interés cultural?,
1. Sin embargo, Sevach ha intentado comprender lo que persigue el legislador asturiano, y para ello, lo primero que resulta evidente es que la calificación o manida etiqueta de «bien de interés cultural» referida a la gastronomía no tiene la misma finalidad protectora que se alcanza con la categoría homónima propia del patrimonio histórico español, según la Ley 16/1984, de 25 de Junio de Patrimonio Histórico Español (que inspira las homólogas leyes autonómicas), puesto que la declaración de Bien de Interés Cultural como regla general excluye la obra de un autor vivo (¿habría que declarar los cocineros «a extinguir»?), impone su anotación en un Registro (¿con foto descolorida al estilo de los menús del día?), obliga al propietario a facilitar la inspección pública ( ¿habría que sentar a la Mesa al inspector como si del agente de la Guía Michelín se tratase?), ello sin olvidar que difícilmente se presta el arroz con leche a la expropiación, ni debiera sancionarse a quien no cocine un arroz con bogavante conforme al ritual preestablecido. En definitiva, que las categorías jurídicas (bien de interés cultural) han de manejarse por el legislador con cuidado porque el ciudadano pierde la perspectiva y se le menoscaba en la seguridad jurídica.
2. Una vez descartada la aplicación a la gastronomía regional del régimen propio de los «bienes de interés cultural» hemos de analizar las palabras del propio legislador asturiano en que concentra su «ocurrencia» para averiguar dónde está la novedad pretendida sobre la gastronomía regional. Recordemos que el parlamento autonómico, como consecuencia de esa declaración de bien cultural, pretende que la gastronomía regional sea «recogida, documentada, debidamente protegida y puesta al servicio de los investigadores y la ciudadanía». Pues bien, Sevach se pregunta:
– ¿Qué novedad supone que la gastronomía asturiana sea….»recogida»?. ¡Vaya!. ¿Dónde?, ¿ en ollas o puerta a puerta?, ¿se recoge una muestra, el plato entero, y se refiere a la doméstica o la hostelera?.
– ¿Qué novedad supone que la gastronomía asturiana sea…»documentada»?. ¡Albricias!. ¿Acaso no hay infinidad de libros, recetarios y críticos gastronómicos que han inventariado lo más relevante de la gastronomía asturiana?,¿Hemos descubierto nuevamente el Mar Cantábrico?.
– ¿Qué novedad supone que la gastronomía sea «debidamente protegida»?.¡ Caramba! ¿Acaso no hay protección del consumidor, de la denominación de origen,etc?,¿ no será peor el remedio- proteger y reglamentar- que la enfermedad la dispersión y espontaneidad de la cocina asturiana?.
-¿Qué supone que la gastronomía sea puesta «al servicio de los investigadores»?.¡Diantres! . ¿Acaso la gastronomía no pertenece al acervo popular, natural y espontáneo, y es lo mas opuesto a lo artificial y dogmático?¿ Debe salir la comida de los fogones para colocarla en los laboratorios?.
-¿ Qué se pretende con que la gastronomía se «ponga a disposición de la ciudadanía»? ¡ Desternillante!. Quizás se reparará el agravio al pueblo asturiano de negarle secularmente el disfrute de las viandas regionales, para que al fin reciba su escudilla con las excelencias gastronómicas regionales… Si no fuera por la Administración, el asturiano estaría a dieta
3. Y así se escribe la historia del derecho. Una ocurrencia del legislador provocará una declaración del Gobierno regional que a su vez intentará rellenar de contenido mediante la aprobación de un Plan Estratégico, programa o similar, y tras mantener entretenidas a la representación de la hostelería, a los operadores del turismo y algún otro que pase por allí, desembocará en un par de costosos libros institucionales con mucho brillo y fotos en color, que «recogerán y documentarán» la gastronomía, además de subvencionarse alguna tesis doctoral del estilo » la incidencia del chorizo criollo sobre las fabes con almejas», y en todo caso, celebrándose algún banquete de parlamentarios y gobernantes para degustar a costa del presupuesto público tales delicias ( al fin y al cabo, representan a la ciudadanía). Misión cumplida.
El legislador debe legislar poco, pero bien y útil. Todo lo demás es hojarasca propio de ociosos. Habrá que esperar a que se declare bien de interés cultural inmaterial el «Asturias patria querida», las subidas y bajadas de marea, o el aroma a «cuchu» ( estiércol que forma parte del paisaje cultural) o la tonada de gaita al anochecer.
A lo mejor, siendo positivos, lo que pretende el legislador asturiano es reglamentar la gastronomía, pero si así fuere, en vez de andarse con juegos florales, mejor sería regular lo que inquieta día a día al ciudadano, algo tan pedestre pero tan sensible como fijar a golpe de reglamento el contenido de las croquetas de cabrales ( ya que su contenido pertenece inexplorado, y cuando mas modesto el restaurante mas inaccesible), o determinar el número de chipirones que forman una ración para que merezca tal nombre (dada la oscilación de cantidad piezas de unos locales a otros), o establecer para seguridad del consumidor a golpe de Boletín Oficial, la diferencia entre raba y calamar o entre pulpo pedrero y pulpo playero, o en definitiva, fijar unos criterios comunes para los menús del día que tienen desorientado al consumidor.
Y es que la gastronomía como de la rosa de Juan Ramón Jiménez, mejor es no tocarla, y dejarla así…o mas bien degustarla…que el mejor homenaje a la fabada es darse un idem.
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