Humor y Administracion

De la Guardia Civil y mobbing ciudadano

De la Guardia Civil y mobbing ciudadanoSe acabaron las vacaciones de Sevach y no puede menos de reflexionar en tono de humor, sin perder de vista el derecho público, sobre el recientísimo incidente padecido con ocasión de su viaje familiar de ida a Galicia. Así, el día 3 de Septiembre, hacia a las 16,00 horas, bajo un sol endiablado y con un vehículo modesto, tras ser sobrepasado en la autovía por varios vehículos a velocidades de vértigo, decidió repostar gasolina. Tras tomar Sevach el carril de desviación hacia la salida observó como dos agentes de la guardia civil, bajo una sobredosis de perspicacia, hicieron detener el vehículo a Sevach.

En primer lugar le requirieron el permiso de conducir, cosa a todas luces natural y ofrecido sin objeción. Tras su examen, uno de los dos agentes (el pequeño Saltamontes, ya que el Maestro aguardaba supervisando un paso atrás y en posición de John Wayne), quizás considerando que un Sevach cuarentón y educado, con un vehículo algo vetusto, con una señora embarazada de seis meses, y un niño de siete años en su silla en el asiento trasero, unido a los numerosos bultos allí ordenados, constituía un serio indicio de posible amenaza terrorista o infractor recalcitrante, exigió perentorio: ¡el justificante de la ITV superada, por favor!.

Sevach entregó el justificante y observó como el agente cotejaba el documento con la pegatina estampada en el parabrisas, y una vez exigida la I.T.V (y se ve que no pudiendo exigir el resto del alfabeto) miró de reojo a su jefe y rugió ante un Sevach sudoroso ante el volante: ¡El seguro del vehículo, señor!.

Por la mente de Sevach cruzó primero el recuerdo de las películas bélicas americanas, donde un sargento furibundo grita a un recluta inocente, y luego le llamó la atención el tránsito del formulario de la primera requisitoria (¡por favor!) hacia el que acompañaba la segunda (¡señor!). Así pues, Sevach, con su proverbial calma desplegó el original de la póliza de seguro ante los ojos del guardia civil, quien se retiró a conferenciar con el patriarca, en el exterior, en la parte trasera del vehículo. Retornó con sonrisa triunfante: ¿donde está el justificante de haber pagado el seguro?. Llegados aquí, Sevach (habiendo constatado que tanto el «por favor» como el «señor» habían sido barridos por el viento de Ignatus J. Reilly convertido en inspector), con la flema propia de los checos, le informa al agente que desconoce donde está el justificante del seguro, pero que por los términos de la póliza resulta claro que está al corriente de los pagos, e incluso sugiere que se puede llamar en tiempo real por móvil para comprobarlo a la entidad aseguradora. Nuevamente, el pequeño Saltamontes verde, tras recibir la mirada aprobadora del Maestro que le supervisa en la retaguardia, ensaya sus ojos mas televisivos y le dice a Sevach: «O sea, reconoce que no tiene pagado el seguro».

Aquí Sevach le precisa: «No, agente. El seguro está formalizado y abonado, lo que no obra en el coche es el justificante documental». El agente, sobrepasado por tales términos gramaticales (¿formalizado?, ¿abonado?, ¿auto?), cual cobrador del frac insiste: «Usted no tiene pagado el seguro». Aquí Sevach miró al Saltamontes por si la gorra (degeneración del tricornio clásico) ocultase alguna herida en acto de servicio en la oreja, pero tras afanarse pacientemente entre la documentación finalmente aparece el ansiado documento y Sevach lo proclama gozoso: ¡Aquí está el recibo del seguro!.

El desencanto de los guardias civiles es patente, y se retiran a deliberar nuevamente en la parte trasera. Tal y como son vistos por Sevach desde el retrovisor, parecen una pareja llevando a cabo discretos contactos al estilo del senador republicano de Idaho recientemente dimitido por comunicaciones furtivas en retretes públicos.

Pero Saltamontes vuelve al ataque, quizás recordando los temas aprendidos en la Academia y particularmente aquello de que bastó el atentado de un estudiante en Sarajevo de 1914 para que Austria encontrase el pretexto para iniciar la primera guerra mundial : ¿Y el permiso de circulación del vehículo?. En este punto Sevach sopesa al mas puro estilo del Cyrano de Bergerac las posibles respuestas: Irónica (¿Esto es una inspección o una encuesta?), sarcástica (¿Y por qué no el carnet de la biblioteca pública?), impertinente (¿Sabe con quien está usted hablando?), aduladora (¡No faltaba más, insigne servidor de la Ley!), Amigable (Lo buscaré, por supuesto), curioso (¿Y para qué lo quiere?), pícaro (¡Lo siento, hay urgencia por dolores de parto!), sorprendido (¿Es el día de los inocentes?), ocurrente (¿donde está la Cámara Oculta?), pedante (¿permiso de circulación, licencia, autorización administrativa o documento certificado?), respetuoso (¡permitidme que os felicite por vuestro saber hacer!), dañino (¿Sabe que como funcionario tiene usted que identificarse, utilizar tono considerado, ofrecer explicaciones y no menoscabar la dignidad ciudadana?), etc.

El calor era asfixiante, el niño mira incrédulo, la señora embarazada se revuelve incómoda, y Sevach, como buen checo, extrae el original del permiso de circulación «temporal» y se lo exhibe delante de sus ojos al policía bisoño. El Saltamontes verde se queda patidifuso; se vuelve al Maestro; el Maestro mira el papel sellado, repasa el coche a la búsqueda del desconchado o bombilla fundida, mira al hastiado Sevach, mira al nervioso Saltamontes, y en un ataque de inteligencia dice: ¡Este permiso es temporal!, está fechado en Noviembre de 2006. Sevach visiblemente molesto se lanza a dar explicaciones: es temporal porque la Administración de Tráfico expide un permiso temporal cuando no se tramita el permiso definitivo por adquisición del vehículo a título de herencia, ya que es preciso acreditar el abono del Impuesto de Sucesiones antes de obtener el permiso definitivo, y tales litigios son complejos. Entonces, mientras las palabras parecen flotar ante los ojos de los agentes (resistiéndose a entrar en sus oídos) el Maestro verde dejando que las neuronas resbalasen por el calor bajo su gorra afirma: «Sí, ya lo sé lo complicados que son» (lo dice con los ojos entrecerrados, posiblemente remontándose varias generaciones en su familia).

El Saltamontes se queda desarmado ante la claudicación de su jefe, abandonado por el «Sensei». Su mente desorientada. No puede ser que haya desarrollado toda la artillería mental frente a tal familia sospechosa y que se vayan de rositas. Sevach siente incluso pena del jovencito y deseos de animarle a ponerle una multa. Todo sea para que las escasas vocaciones policiales no se trunquen. Sevach sospecha que por la mente del guardia pasa algo parecido a aquella escena de película en que un policía detiene el vehículo de John Rambo y le acusa: ¡Lleva usted roto el faro! Rambo se apea del vehículo y repone sorprendido: ¿Cuál faro?; y responde el guardia: ¡Este! Y lo rompe de una patada ante los ojos de pescado de Stallone-Rambo.

Entonces mis ángeles de la guardia «civil», vuelven a deliberar y me informan coralmente: ¡Pueden irse!. Y ello con la misma expresión con que se aleja una mosca a manotazos de una paellla de marisco.

No deja de tener su gracia ante este inocente (pero tristemente real) incidente que he relatado, que el 27 de Mayo de 2003 el Tribunal Supremo de los EEUU dicta una sentencia en el caso Chávez contra Martínez. En este asunto, el Sargento Chávez (nombre absolutamente real y ahí están las hemerotecas) acompaña a un arrestado por disparos en una ambulancia e interroga a Martínez quien no desea hablar hasta que le atiendan de sus heridas, pero el sargento le presiona hasta que Martínez le confiesa que consumía heroína y que provocó el altercado con los policías al quitarle a uno de ellos la pistola. El Tribunal Supremo anuló la confesión por el «procedimiento coercitivo» y afirmó que «un policía razonable debería haber sabido que continuar con el interrogatorio, vulnera el derecho del sospechoso a no sufrir interrogatorios bajo presión». Ciertamente no guarda identidad con el caso expuesto pero cierto parentesco de actitud que nos permite reivindicar lo exquisito del actuar policial que se impone cuando se trata de aproximarse al ciudadano.

Aquí Sevach se pregunta varias cosas desde la perspectiva del Derecho Administrativo:

    Primera.- La inmensa mayoría de los expedientes sancionadores de la Administración Pública se apoyan en la presunción de veracidad de lo afirmado por los agentes investidos de autoridad, basándose en su presunta experiencia y «ojo clínico». Pues visto lo visto, algo falla en el sistema selectivo de los agentes, o bien su intuición es una leyenda urbana. Recuerda Sevach que en las aduanas de los aeropuertos, la guardia civil utiliza su intuición y dominio de perfiles de culpabilidad, para examinar mas a fondo al equipaje del posible sospechoso. Sin embargo, en los aeropuertos de Méjico y Brasil el sistema no es tan subjetivo y prescinde del ojímetro (que siendo humano, falla) y acude a un sistema aleatorio, de forma que uno de cada tres o cuatro personas que pasan el control son examinadas a fondo, al iluminarse una especie de semáforo absolutamente impronosticable. De ese modo, se acabaron tanto las estrategias de los delincuentes para ofrecer imágenes de inocencia como se acabaron los prejuicios del celo policial.

    Segunda.- La eficacia, economía y eficiencia son valores constitucionales que se imponen a la Administración Pública, incluida Tráfico. Nada que objetar a los controles rutinarios, ni a la exigencia de documentación a los conductores, pero algo sucede cuando dos agentes de la Guardia Civil emplean nada menos que treinta minutos en examinar una familia que cumplimenta todos los requerimientos, y además los agentes lo hacen mostrando una reprochable parsimonia y actitud propia de Torquemada. El resultado de la experiencia vivida por Sevach y su familia, es que para la Administración resultó ineficaz (no hubo sanción ni conducta infractora), antieconómico (se perdió el tiempo de los viajeros y se perdió el tiempo y salarios públicos de los dos agentes de la guardia civil) e ineficiente (mientras los guardias civiles examinaban con lupa a Sevach, el ruido de vehículos desaforados por la autovía era incesante además de discurrir a sus espaldas una furgoneta traqueteante con contenido propio de una patera).

    Todo el mundo aplaude CSI de Las Vegas o Nueva York, pero todo el mundo sabe que es ficción pues tal despliegue científico sólo se usó realmente con el caso del asesinato de Kennedy (y el resultado fue el que fue) ya que si la policía americana emplease tales medios en los cientos de miles de delitos anuales sin resolver, el presupuesto de EEUU se desplomaría por inanición. Por tanto, ciertamente ha de confiarse en el muestreo de las inspecciones y el buen hacer de nuestra Guardia Civil, y aquí Sevach quiere dejar claro que una cosa es la experiencia padecida y relatada y otra muy diferente criticar a la generalidad de los guardias civiles cuyo buen hacer es mayoritariamente ejemplar (ya decía Leandro Fernández de Moratín que si un melón de Villaconejos sale malo, no hay porqué criticar el género).

    Por eso, pese a la anécdota relatada y otros casos de ensañamiento o mobbing ciudadano aislados (de mayor o menor grado), Sevach quiere dejar clara la mayor cortesía, diligencia y eficacia de la policía de tráfico española que sus homólogos de Los Angeles, Berlín o Tokio.

    Tercera.- Pero sobre todo, se pregunta Sevach, si la Guardia Civil es para «guardar» a los «civiles»… ¿por qué diablos cuando un conductor se aleja de ellos tras la inspección experimenta un alivio existencial y se siente mas «guardado» cuanto más alejado?.

Y para terminar el relato, tras el incidente, lo sencillo fue responder a la pregunta del hijo de siete años de Sevach, estupefacto ante el tercer grado a que fue sometido su padre, pero se lo explicó gráficamente: ¿Te das cuenta de que para capturar ranas con retel en el río de la Bañeza, papá te explicó que hay que buscar las pozas profundas y sombrías, mas agrestes y fijarse bien en las señales de las burbujitas para encontrar desprevenida alguna?. Pues esos guardias civiles intentaban pescar con el retel en una piscina clorada.

0 comments on “De la Guardia Civil y mobbing ciudadano

  1. Jesús

    Por el tono de los diferentes comentarios, veo que SEVACH disfruta de una gran dosis de ironía, que incluso algunas veces disimula un irreverente «cachondeo». La historia veraniega con la pareja de verde así lo demuestra, porque si SEVACH fue capaz en verano, a las 4 de la tarde y con un sol endiablado, con la mujer embarazada y un niño pequeño, de aguantar ese interrogatorio y pensar si debía dar una respuesta «irónica, sarcástica, impertinente, aduladora, amigable, curiosa, pícara, sorprendida, ocurrente, pedante, respetuosa o dañina», creo que supera la paciancia del santo JOB y estoy seguro que cualquier otro ciudadano hubiera acabado con sus huesos y los de su familia en cualquier cuatelillo. Felicidades por tratar el «pesado derecho administrativo» con esas dosis de humor, que tanta falta hace en la piel de toro donde abundan los gritos , insultos y descalificaciones.

  2. Román

    Uno no puede por menos que sentirse algo confuso al ver cómo la Guardia Civil, otrora paradigma del esfuerzo denodado -paso corto, vista larga y mala leche-, benemérito instituto paladín del orden y la justicia (speculum iustitiae), ha podido hacer dejación de los valores inculcados a base de toda una tradición de bragados agentes, pareja a pinrel y en bicicleta por la España rural y periurbana. Cómo es que han dejado salir impune y de rositas a un conductor después de haber sido requerido para demostrar no sólo que estaba al día con la ley, los preceptos de la circulación y los impuestos, tasas y gabelas, sino también que, además de los papeles al uso, podía exhibir documento acreditativo de limpieza de sangre y certificado de buena conducta. Mi «pareja» ideal, según luenga tradición en el cuerpo, hubiera proseguido del siguiente modo:
    – Mi cabo, que me parece a mí que a éste no hay por donde agarrarlo. Parece un listillo que se las sabe todas-.
    Ante lo cual el cabo, como para impresionar al bisoño, le larga al oído unas instrucciones que el presunto infractor no puede escuchar. Sólo llegan a sus oídos algunas frases entrecortadas o palabras sueltas del tipo «el panoli ese», «chulo enteradillo» y «¡joder qué calor!», si bien se queda con las últimas palabras del diálogo en su totalidad:
    -¿Procedo, mi cabo?
    -Proceda, Gómez
    Y el número Gómez podría haber procedido de este jaez:
    – Bien, bien, bien, así que se ha creído usted que puede burlarse de la ley con eso de las ranas, que, por cierto, son verdes, en el río de La Bañeza, eh? ¿Se cree que no he pillado la alusión? Vamos a ver: ¿lleva el preceptivo chaleco reflectante -verde o naranja-en el interior del vehículo? ¿Y el triángulo de aviso en caso de avería? ¿Y el repuesto de luces y fusibles? Y esa sillita infantil, veamos si está homologada y si los anclajes son los reglamentarios. Y, de paso, ¿qué relación tiene usted con ese infante que viaja en la parte posterior? ¿Puede demostrar una relación de parentesco con él? ¿Tiene el libro de familia para demostrarlo? ¿Quién me dice que no está llevando a cabo el secuestro de un menor? Y, finalmente, señor, usted no ha respetado el stop al incorporarse al carril de circulación-.
    Y si a estas alturas de la entrevista el ya no tan presunto infractor osara balbucir alguna uterancia al respective, como, por ejemplo, que no había tal señal, sino una de «ceda el paso», la cual no obliga a detenerse por completo, el encelado agente replicaría (siguiendo el manual de quien ya tiene el colmillo retorcido y callo en la horcajadura de tanto jinetear motos por esas carreteras de Dios):
    – Al incorporarse a la vía ha obligado usted a otro conductor que se aproximaba a realizar una maniobra peligrosa, lo cual es causa de infracción según el código. Así que, señor, ¿me permite de nuevo el permiso de conducir para tomarle los datos y, de paso, cotejar si el domicilio que figura en él coincide con el del DNI ?-, al tiempo que extraería, como si de la Magnum de Harry el Sucio se tratase, con parsimonia, ceño fruncido y las Ray Ban caídas sobre la nariz, el boletín de denuncias.
    Y en ese medio tiempo habría circulado por las proximidades un 10% de conductores sin carnet, otro porcentaje aproximado sin seguro de ningún tipo, y alguno menos sin documentación o con vehículo sustraído.
    Pero, lo dicho, desde que las parejas de la Guardia Civil pueden casarse, ya nada es lo mismo.

  3. ¡Soberbio relato, Román! Con gracejo, ritmo y moraleja. Lo triste es que el españolito de a pie sabe que si le das autoridad a alguien sabio, siempre actuará con prudencia, pero si se la das a un necio, siempre actuará con altanería. Y eso afecta a policías, jueces, Catedráticos de Universidad, Obispos, Alcaldes y un largo etcétera. Al final lo importante es el sentido común y el colocarse en lugar del otro, cualidades que en los tiempos actuales están en franco retroceso. Lo dicho, Maestro, gracias por tu colaboración que merece ovación y rabo….P.D.1 O fabes con almejas si te dejas caer por los pagos asturianos. P.D.2. ¡Espléndida la foto del Euribor!

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