Humor y Administracion

De la calidad del aire en las zonas públicas: ¿Olor a humanidad o humanizar el olor?

De la calidad del aire en las zonas públicas:¿Olor a humanidad o humanizar el olor? La semana pasada se publicaba la Ley 34/2007 de la Calidad del Aire y curiosamente el mismo día Sevach sufrió una experiencia conexa sobre dicho fenómeno que provocó ciertas reflexiones en clave de humor.

1. Así pues, tras impartir una conferencia en Madrid y tras abandonar el taxi en la Castellana, con la esperanza de conseguir llegar a tiempo la Estación Sur de Autobuses, Sevach se lanzó hacia la boca del metro con su maleta rodada, debidamente encorbatado.

Eran casi las tres de la tarde de un viernes y cuando las puertas del metro de Colón se cerraron a su espalda, o encerraron a Sevach con un gentío tremendo, pensó automáticamente en los hacinados vagones nazis cargados de judíos. En una enorme densidad humana por metro cuadrado, propia de los sueños de cualquier Ministra de Vivienda, Sevach intentaba mantener su cabeza boqueando aire puro, sostenido por cuerpos anónimos de toda raza y condición. El traqueteo del metro y la voz metálica anunciando paradas eran apagados por el instinto de supervivencia de Sevach que, incapaz de cerrar las fosas nasales como los camellos ante las tormentas de arena, recibía una mezcolanza de olores absolutamente irreproducibles por el mejor perfumista, y que haría las delicias de un fumigador. Entre axilas sin depilar, tatuajes próximos, alientos invisibles y sudor recalentado, el aire del vagón de metro se presentaba maloliente y dulzón. Por si fuera poco, en cada nueva parada se producía un fenómeno que desafiaba las leyes físicas, ya que en un espacio limitado el pasaje desalojado en cada parada era reemplazado por otro contingente mayor aún.

2. Esta situación recordó a Sevach una doble práctica japonesa. Por un lado, la figura de los «empujadores de metro», sujetos con aspecto de luchadores de sumo cuya misión en cada estación de metro de Tokio es empujar a quienes se arraciman para entrar donde no caben. Y por otro lado, la figura de los «controladores de ahogados» que en las piscinas públicas hacinadas de japoneses bañándose verticalmente ( ya que no está permitido nadar horizontalmente ni bucear) tocan un silbato cada quince minutos para que todos desalojen la piscina y comprobar si hay algún ahogado en su interior.

Pero sobre todo, lo asfixiante de la atmósfera, debido a la hora punta del fin de la semana laboral, incitaba a la reflexión metafísica. No en vano la ducha de incienso del botafumeiro gallego tuvo su origen en el afán del deán de la Catedral de Santiago de Compostela de evitar el impacto de los efluvios de tantos peregrinos arracimados en torno al santo lugar.

3. Entonces a Sevach le brotaron preguntas jurídicas mas intuitivas que rigurosas:

a) Si existe una Ley de Calidad del Aire de 15 de Noviembre de 2007,¿ por qué no aprobar una Ley de Calidad del Aire en los espacios públicos, particularmente en transportes y hospitales?

b) Si existe una Directiva de la Unión Europea que garantiza la dignidad del transporte de ganado porcino en un entorno limpio y oxigenado,¿por qué los transportes públicos no están obligados a garantizar un mínimo de calidad del aire?.

c) Si existe un Reglamento de Actividades Molestas de 1961 que controla las condiciones de salubridad de instalaciones deportivas y saunas, ¿por qué no establecer algún tipo de medida frente a los transportes públicos de alta densidad, que son lo mas parecido en horas punta a una sauna turca gratuita?.

d) Si se obliga a insonorizar un local por la «contaminación acústica», ¿por qué no obligar a dotar a ciertos espacios públicos de sistemas de ventilación efectivos que impidan la «contaminación olfativa»?

e) Si en una piscina pública se obliga a llevar gorro para evitar que las pilosidades sean fuente de microbios para los restantes usuarios,¿ por qué no establecer unas reglas mínimas de higiene para poder aproximarse a otro ser humano?.

4. En el año 2005 las Bibliotecas Públicas de Dallas prohibieron la entrada a personas malolientes. El año 2006, un Tribunal alemán confirmó la expulsión del pasaje de un avión de la British Airways (antes de despegar, evidentemente) a un pasajero cuyo fuerte sudor resultaba ostensiblemente molesto para el resto de los pasajeros. En Enero de este año, un pequeño municipio brasileño sancionaba con el destierro por una semana a los vecinos que fueren señalados por los ediles como focos malolientes, pudiendo retornar si los agentes comprobaban su limpieza. Además, es sabido que los taxistas de todo el mundo, en ocasiones por instinto de propia supervivencia olfativa, niegan el acceso a su vehículo de algunos adoradores de las mofetas. En cambio, cuando se trata de un establecimiento público, pese a que tenga el consabido letrero de «se reserva el derecho de admisión» pocas veces lo invocará para frenar el acceso de individuos pestilentes, so pena de denuncias por discriminación, risibles pero terriblemente incómodas para el denunciado.

5. Hay que recordar que el Premio Ig Nobel de Protección Medioambiental de 1999 ( Premios otorgados anualmente por auténticos premios Nobel a personas con méritos o investigaciones extravagantes u originales), fue otorgado a Hyuk-ho Kwon, investigador de Corea del Sur, creador del traje que se autoperfuma, mediante una tecnología que permite impregnar su tela de un perfume microencapsulado que si se frota enérgicamente, despide una ráfaga de frescura; tal traje autoperfumado soporta una veintena de lavados y garantiza el olor agradable para los demás, disipando los vestigios de humo o sudor.
Se pregunta Sevach, irónicamente, si llegará el día en que al acceder al aeropuerto o tren de alta velocidad, en vez de pasar las pertenencias por un arco metálico para detectar objetos peligrosos, si no se establecerá en el Metro o en las Estaciones de Autobuses un Arco para detectar personas cuyos efluvios corporales excedan el umbral de tolerancia del vecino.

No se trata de posiciones absurdas que lleven a privar a la sociedad de la riqueza de olores que reflejan la vida, ni del cultivo de feronomas que la madre naturaleza ha querido sembrar; tampoco debe llegarse al fundamentalismo islámico que lleva a prohibir el acceso a la mezquita después de comer cebolla, ajo o cualquier cosa que tenga mal olor; ni tampoco hay que renunciar a las palomitas del cine, ya que el beneficio de su consumo en los jóvenes compensa del aroma dulzón.

6. Sevach comprende los problemas jurídicos:¿Dónde termina el mal olor y empieza el perfume desagradable?; ¿Qué sucede si el mal olor no es imputable a su portador?; ¿ Es el olor corporal una manifestación de la personalidad, de igual modo que en Oviedo los periódicos se hacen eco hoy mismo del absurdo planteamiento de cierto muchacho que se niega a privarse de su gorra en la escuela a pesar de los requerimientos académicos?; ¿debe prevalecer el derecho a la finura pituitaria de la mayoría sobre el derecho de acceso a un servicio público sin restricciones?;¿ Quien es capaz de trazar la frontera entre olores agradables y desagradables dado el fuerte componente subjetivo de tal decisión?.

7. Por eso, Sevach considera que en tales casos el Derecho y las prohibiciones hay que dejarlas guardadas bajo llave y confiar en la responsabilidad cívica. No está de mas recordar aquello de que vivimos en sociedad y una norma de elemental convivencia reclama mantener una mínima distancia para no «invadir el territorio personal» del otro ( salvo ligazón afectiva), y si se está obligado a compartir un espacio público en condiciones de embotellamiento, la educación mas elemental lleva a velar por la mínima higiene personal, contener el mal aliento, no exhibir las axilas como bandera de náufrago, no eructar a bocajarro, no evacuar las flatulencias en el anonimato de la manada, ni lanzar esputos o hacer gárgaras con pringosos chicles.

8. Y centrándonos en la Administración, lo cierto es que el flamante Código Conducta del estatuto del Empleado público en España aprobado por Ley 7/2007, de 12 de Abril silencia toda referencia al deber del empleado público de mantener la higiene o el olor. Quizás sea porque oler a «humanidad» es lo que precisa una Administración «deshumanizada».

0 comments on “De la calidad del aire en las zonas públicas: ¿Olor a humanidad o humanizar el olor?

  1. Por desgracia, yo soy una de las muchas personas que diariamente he de utilizar el transporte público, con lo que ello conlleva: empujones, codazos, no sabes exactamente donde acaba tu trasero y comienza el del vecino y todo tipo de aromas, la mayoría no muy agradables.
    Además, tengo la suerte o la desgracia de no ser muy alta, por lo que parece que uno percibe más éste tipo de cosas, ya que mi nariz queda justo a la altura de donde emanan tan pestilentes focos de hedor.
    Con todo esto no obligo a que todo el mundo destile a Chanel, únicamente un mínimo de higiene, por respeto a uno mismo y sobre todo a los demás, ya que nadie ha de padecer la falta de limpieza de otra persona.
    Como la cosa siga así me tendré que subir a unos tacones de 12 centímetros y ponerme una mascarilla (estilo Michael Jackson) cada vez que tenga que subir al autobús para ir a clase…
    Ya que hay un día para todo, propongo el Día de la Limpieza Corporal General, y si me permiten encontrar identidad de razón, usar la analogía para que sea aplicable al resto de días del año.

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