Esta semana asistimos a dos curiosos incidentes reales en España que muestran como el ciudadano que asume labores públicas puede salir trasquilado.
De un lado, un paciente encarga por su cuenta y riesgo la pintura de la habitación del Hospital público donde estaba ingresado.
De otro lado, un guardia civil de paisano amonesta a un conductor y resulta agredido por éste.
1. Es un principio clásico de derecho el que «nadie puede ejercer arbitrariamente su propio derecho», versión dulce de aquello de que «nadie se tome la justicia por su mano» (o sea, que debe primar la doctrina de Gandhi sobre la de Charles Bronson). En el ámbito administrativo, al estar en juego la cosa pública, de todos, existe una humana tentación a velar por los intereses colectivos, si la Administración no hace nada al respecto. Todo el mundo recuerda el fenómeno de las patrullas nocturnas de vecinos para garantizar la seguridad ciudadana ante las deficiencias de la seguridad pública.
2. Sin embargo, resultan llamativos dos casos de actualidad y otro remoto.
a) En el primero de ellos, un maduro paciente de un Hospital Público en Cangas de Narcea (Asturias) ingresado por una dolencia cardíaca, al percatarse de que las paredes de la habitación estaban deslucidas y con desconchados, llamó a dos empleados para que acudieran y pintasen la habitación del hospital, lo que hicieron sin que la Gerencia del hospital se percatase de ello. Pues bien, en esta actuación subyace el principio de subsidiariedad (si la Administración no hace lo que debe, el ciudadano hará lo que no debe) aunque su aplicación puede comportar algún que otro perjuicio para el paciente.
Así, teóricamente, el bienintencionado paciente puede verse sometido a un expediente sancionador al amparo de la Ley de Patrimonio de las Administraciones Públicas de 2003 por afectar a un Hospital público, que reviste el carácter de bien de dominio público. Incluso podría la fiscalía promover acciones penales por un posible delito o falta de daños en la cosa pública. Sin embargo, salvo absurdas reacciones burocráticas, tales procedimientos se desplomarían por la ausencia de culpabilidad del presunto infractor, su buena fe y el resultado positivo para el interés público. Ahora el susto nadie se lo quitaría.
Al menos aprenderá que cuando se trata de servicios públicos, nadie debe sustituir a los responsables del mismo, conocimiento especialmente útil en caso de que el paciente llegue pronto al quirófano y no constate la presencia puntual del médico, no sea que incurra en la tentación de acometer el mismo su propia cirugía.
b) En el segundo incidente, un guardia civil de paisano (o sea, a estos efectos como el común de los ciudadanos) en un pueblo de Jaén, recriminó a un cura que circulaba con un coche de forma temeraria (para llegar a oficiar misa), ante lo que el sacerdote respondió bajándose del vehículo con un machete (catalogado de arma prohibida) y comenzando un forcejeo entre ambos, en que el agente de paisano sufrió lesiones en una mano, y en el que el cura le amenazó con frases como «ven si tienes cojones que te voy a rajar». Tan pintoresco incidente (propio de la España de los Botejara o de una película de Almodóvar) culminó con una sentencia del Juzgado de lo Penal num.1 de Jaén (ratificada por la Audiencia Provincial) que condenó al cura a seis meses de cárcel por un delito de lesiones y a una indemnización a la víctima de 600 euros.
Al menos el sacerdote habrá tenido ocasión para aprender aquello de «poner las dos mejillas» y también para recordar que cuando el amonesta desde el confesionario a un feligrés por su mala conducta, no sería de recibo el que éste le agarrase por la sotana y le agrediese.
c) Para finalizar, recordaré un curioso incidente de hace unos ocho años en que la fuente municipal dedicada al Maestro Salinas, en el centro de Salamanca, amaneció sin todo el juego de luces y bombillas, y tras el despliegue policial para esclarecer la identidad de los desaprensivos, parece ser que las había retirado el modesto contratista que suministró al Ayuntamiento de Salamanca el equipo luminoso, y que al no serle abonado por la corporación, no halló mayor remedio que retirar lo instalado.
Aunque el contratista en cuestión ignoraba que cuando la Administración no paga el precio de un contrato administrativo se devenga un interés por demora, no puede reprochársele su actuación emocional ya que si él cumplía con su palabra, igual era de esperar por el edil de turno.
3. Y es que en el complejo mundo del Derecho Administrativo no faltan incidentes en que el particular siente la tentación de actuar en defensa de su propio derecho. Por ejemplo: el conductor que paga el vado de acceso a su garaje y observa un vehículo indebidamente aparcado frente al mismo, y opta por atravesar su vehículo para que el infractor sufra en sus carnes la misma medida; el dueño de una finca que retira violentamente las vallas colocadas por el Ayuntamiento para deslindar el camino público, para defender lo que cree que es suyo; el funcionario que ve como las vacaciones le son asignadas en fecha perjudicial a sus intereses por capricho de su superior jerárquico, y opta por tomarse una baja médica por una dolencia mas fingida que real; o incluso el contribuyente que ante una liquidación tributaria errónea y por menor cantidad que la justa y esperada, se calla ladinamente y justifica su silencio con la cómoda reflexión de que «otras veces liquidará de más».
4. Sin embargo, el español prefiere acudir a la «denuncia» antes que colaborar directamente a favor del servicio público. Así, en España no faltan los «querulantes», o sujetos que se pasan la vida «disparando reclamaciones a todo lo que se mueve» y formulando denuncias ante el Ayuntamiento, la Comunidad Autónoma, la Delegación del Gobierno, el Defensor del Pueblo o similar.
Sin embargo, lo habitual es que el común de los ciudadanos observe un bache, una señal caída o unos cubos de basura volcados, y opte por denunciarlo en vez de intentar paliar la deficiencia. Y si ya hablamos de alguien que va con la música a todo volumen en un espacio público o que aparca en lugar reservado a minusválido sin tener tal condición, o que arroja basura en una plaza, pues el osado que pretenda afear tal conducta al infractor de las ordenanzas municipales, forzosamente será Bambi reencarnado, un masoquista o un velocista olímpico.
Y es que, en definitiva, considero que tal y como está el patio, parece que antes de convertirse en «gestor público» hay que pensárselo dos veces, no sea que una voluntariosa «gestión» se convierta en «indigestión».
El problema, amigo Sevach, es que, salvo situaciones aisladas como las descritas maravillosamente en tu comentario, el ciudadano común piensa que si quienes tienen encomendado la gestión de los intereses públicos miran para otro lado (ya sea por desidia o por miedo), no va a ser el ciudadano quien asuma sus funciones. Y si a ello añadimos el carácter hipócrita y lanar de nuestra sociedad, es comprensible que el particular cierre los ojos y espere que otros le solucionen el problema, o que el mismo se solucione solo salvo, obviamente, cuando el propio particular se ve perjudicado en su persona o bienes, en cuyo caso el derecho ejercitado es inequívocamente en defensa de intereses particulares, aunque ello conlleve de manera indirecta o tangencial la defensa de intereses públicos.
Permíteme ponerte un ejemplo en el ámbito privado que asevera tal afirmación. En mi vecindad existe un propietario que posee un perro, y no son infrecuentes las ocasiones en que al meritado can se le deja solo en casa durante largos periodos de tiempo. Pues bien, durante todo el tiempo que el perro está sin compañía no para de ladrar, ya pueden ser treinta minutos o seis horas; si es durante el día se tolera mal, pero imagínate (y te aseguro que no exagero) que los ladridos se prolonguen ininterrumpidamente hasta las dos o las tres de la mañana. Mas ¿Quién se atreve a ponerle el cascabel al gato? Son muchos los vecinos que encuentran molesta tal situación, pero todos esperan a que alguien de el primer paso para yquede sólo ante el peligro o «marcado» ante el propietario. Porque, ya se sabe que lo más probable es que, como ha ocurrido en situaciones anteriores, si salta la liebre y alguien da el primer paso, el resto salgan con el consabido «si el pobre no molesta…..» y sea quien presuntamente defiende los intereses generales el que necesite que se le defienda de la multitud.
Lo mismo ocurre con la Administración pública, lo que ocurre es que estos casos el ciudadano no arremete contra un rebaño de ovejas, sino contra hercúleos cíclopes a quienes, por cierto, y dicho sea con todos los respetos, los Juzgados y Tribunales suelen tratar con bastante deferencia. Porque aunque la doctrina Chevron de la «deferencia judicial hacia el ejecutivo» (104 S. Ct. 2778, 467 U.S. 837, 81 LL. Ed. 2d 694 [1984]) aún no haya penetrado de iure a nuestro país, lo cierto es que de facto se ha incrustado hasta los tuétanos del sistema. El mismísimo González Pérez indica que en este aspecto, como en tantos otros, los jueces se han mostrado respetuosos, sumamente respetuosos con el poder. Así que ¿quién logrará desafiarlo sabiendo que se encontrará inerme y sin defensa?
Tanto Hobbes como Locke sostenían que el fín del Estado era garantizar la libertad y seguridad de los individuos, de tal manera que cuando el Estado no era capaz de asegurar esos fines primordiales, el individuo quedaba liberado de la cesión que de sus derechos había hecho para entrar en sociedad y podía ejercitarlos por sí mismo. Lo que ocurre es que no todos somos como Wild Bill Hickok o Wyatt Earp y podamos mantener a raya a todo el mundo (incluso por cierto tiempo, pues el primero, a quien todo el mundo temía, fue asesinado por la espalda, al igual, por cierto, que Jesse James).
En un artículo titulado «La Hora de Hércules», publicado en el diario El Sol el día 20 de febrero de 1920, José Ortega y Gasset decía textualmente que «Todo hombre democrático, es decir, todo hombre que respete la idea del derecho, debe preferir ver suspendida la legalidad a verla burlada y escarnecida». Y lo decía una persona que pasaba (y pasa) por liberal.
Amigo William, como siempre, estás afirmaciones son espléndidas y merecerían figurar como post independiente.