Sostiene SEVACH que hay demasiado revuelo en España con el sobresueldo que el Presidente del Banco Mundial le ha aplicado a su amante. Y sostiene que hay mucho revuelo porque si España se mira en el espejo comprobará que nuestros 8000 Ayuntamientos disponen de libertad para otorgar prebendas bajo la justificación de la «discrecionalidad», claro «eufemismo» que encubre algo que intuitivamente todo asturiano calificaría de «muy feu»: la odiosa arbitrariedad. Y es que parece ser que en los Grandes Ayuntamientos españoles el personal eventual no tiene límite en número (la guardia pretoriana del Alcalde, cuantos más mejor), funciones (usurpan funciones genuinamente funcionariales y «formalmente» directivas) ni retribuciones (el Alcalde las repare generosamente).
Tal libertad retributiva no se explica por lo fácil que sería fijar por el Estado o la Comunidad Autónoma un intervalo-tipo de mínimos y máximos en función del presupuesto del Ayuntamiento o población del municipio. Pero dado que el principio del botín electoral goza de buena salud, ningún partido está interesado en cortar la hierba bajo sus pies. Y por tanto, si se tiene en cuenta que para adjudicar un puesto de trabajo eventual, o los dorados cargos directivos al amparo de la Ley de Grandes Ciudades, o para fijar las retribuciones de unos u otros, la llave la tiene como primera o última palabra el Alcalde de turno, unido a la posibilidad de asignar el aguinaldo del complemento de productividad según su capricho y todo ello sin mayores límites formales que el procedimiento y la publicidad, pues el tinglado está servido.
De este modo el Derecho Administrativo presta la coartada de la sacrosanta «discrecionalidad» ante clamorosas parcialidades, como evidencian las numerosísimas sentencias contencioso-administrativa que desestiman las demandas a fuerza de confirmar la discrecionalidad y potestad de autoorganización de la Administración, unida a la falta de la diabólica prueba de la desviación de poder. Sostiene el bueno de Sevach que, de este modo Maquiavelo está de moda ya que los puestos mas jugosos podrán ir los amigos, fieles o zalameros de turno (sean o no amantes) y segundo, que dichos puestos serán engrasados por las más onerosas retribuciones.
Considera Sevach que está muy mal lo del Presidente del Banco Mundial pero no por ayudar a su amante (el amor está mas allá del bien y del mal, Nietzche) sino sencillamente por compensar con remuneraciones al margen del mérito y capacidad, algo que a pesar de estar escrito con letras de oro en la Constitución, parece ser no es tan inusual en la España que le ha tocado conocer a Sevach, y así parece que continuará, ya que a la vista del reciente Estatuto del Empleado público, cobra actualidad Lampedusa cuando afirmaba que «algo tiene que cambiar para que todo siga igual».
«Es necesario que todo cambie para que todo siga igual» es la frase utilizada por el pragmático Tancredi para justificar su participación en la revolución garibaldina.