Con suma atención ha leído Sevach el diario asturiano La Nueva España dei 20 de Junio de 2007 que se hace eco de las declaraciones del Secretario General del Pleno del Ayuntamiento de Madrid, quien afirma que colgó la toga de magistrado de lo Contencioso-Administrativo a finales de 2006 porque se encontró con tres problemas: una retribución insuficiente, una jornada laboral sin principio ni fin y permisos irreales. Literalmente afirma: «El juez se va cuatro días y cuando llega tiene los papeles que dejó en la mesa mas los que se acumularon en los últimos días».
Bajo tan autorizado diagnóstico (fruto de la experiencia y no de la clarividencia), la imagen del despacho de cualquier juez de lo contencioso-administrativo, según lo que ha llegado a oídos de Sevach, ofrecería un panorama propio de una novela triste de Charles Dickens:
- 1º) El juez siente la soledad del portero ante una serie interminable de penaltys;
- 2º) La actividad diaria le desborda, pero aún así, como el General Custer, luchará con la toga puesta, aunque no puede delegar ni pedir auxilio en su labor;
- 3º) A pesar de que los objetivos de rendimiento judicial son cada vez mas exigentes, la inmensa mayoría de los jueces alcanzan las metas fijadas aunque sigan dándole a la rueda judicial con la febril actividad de Charlot en el inmenso engranaje de Tiempos Modernos;
- 4) El juez es un hábil malabarista de papeles y tiempos: tan pronto resuelve sobre la admisión de una prueba, como sobre una medida cautelar, como asiste a una vista oral, analiza una provisión de fondos, resuelve recursos de súplica, dicta sentencias u ordena ejecuciones;
- 5º) El sistemas de remuneración judicial tiene la virtud de la constancia, esto es, no varía ni ha variado en la última década a pesar de las exigencias de su labor, cuantitativamente creciente y cualitativamente mas compleja; ningún juez es sospechoso de enriquecerse con su trabajo, sino mas bien al contrario, por desechar oportunidades profesionales privadas mejor retribuidas;
- 6ª) La jornada laboral es interminable; el juez no es dueño de los fines de semana ni de las noches en familia. Donde los profesionales descansan, el juez aprovecha para achicar agua del pantano judicial con sosiego y sin pausa.
En cambio, visto desde fuera, Sevach se sorprende del ruido mediático sobre las demoras en la resolución de los litigios de los Juzgados de lo Contencioso-Administrativo y el clamor prácticamente unánime de los Presidentes de los Tribunales Superiores de Justicia alertando del colapso de tales órganos judiciales, todo lo cual refleja la grave situación de emergencia en un ámbito tan delicado como es la tutela del ciudadano ante los excesos y abusos de los poderes públicos. En esta línea resulta inquietante el informe presentado recientísimamente por el presidente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), Francisco José Hernando, titulado, «La Justicia, dato a dato» que mostró el riesgo claro de «colapso» que a su juicio sufre la jurisdicción contencioso-administrativa ya que el número de asuntos en esta jurisdicción había aumentado entre un 27 y un 32,6 por ciento en 2006 con respecto al año anterior.
Y es que los Juzgados de lo contencioso-administrativo con su rapidez resolutiva generaron confianza ciudadana en la justicia, creando la conciencia de que «un recurso contencioso-administrativo» es un viaje procesal que puede merecer la pena. Ni largo ni costoso. Así, al haber sido capaces de dar respuesta efectiva a la tutela judicial reclamada por los ciudadanos en un contexto de creciente intervencionismo de lo público, provocaron el curioso «efecto-llamada» a los litigantes, ya que los Juzgados de lo Contencioso se ofrecían como una jurisdicción económica (no se precisa procurador y los funcionarios pueden comparecer sin abogado), informal (el procedimiento abreviado tiene lugar en una vista oral flexible y cara a cara de las partes implicadas en presencia del juez) y rápida (el tiempo de resolución de litigios en los primeros cinco años desde su implantación- 1998- se computaba por «meses», mientras que con anterioridad, el tiempo de resolución de tales litigios por las Salas de lo Contencioso-Administrativo, se estimaba y estima en «años»).
De ahí que se halla dicho gráficamente que los Juzgados de lo Contencioso-Administrativo podían «morir de éxito», aunque Sevach opina que mas bien pueden «morir de indigestión».
Y es que resulta fácilmente constatable que los Juzgados de lo Contencioso-Administrativo han ido asumiendo competencias de forma progresiva con su secuela de litigios para resolver, al igual que los árboles añaden círculos a su alrededor.
Por los Juzgados de lo Contencioso, desfilan como un Carnaval jurídico, las sanciones, los tributos, las licencias urbanísticas, los embargos administrativos, las indemnizaciones por los servicios públicos, los contratos municipales, los nichos del cementerio, las cuitas de los funcionarios, los zafarranchos de los alcaldes, las cacicadas de oposiciones y concursos, los justiprecios de las expropiaciones locales, las clausuras de los bares, las expulsiones de extranjeros, las retiradas del carné por puntos, las calificaciones académicas, las tasas, y un sinfín de cuestiones, a cada cual mas variada.
Tales «miuras» son lidiados por el juez contencioso-administrativo como una especie de superman jurídico, ya que el adagio de que «el juez conoce el derecho» constituye una ficción jurídica con tintes hilarantes cuando se habla del Derecho Administrativo, tejido y destejido «a ritmo de samba» por legisladores y Administraciones Públicas. Y el juez no puede escudarse en la ignorancia u oscuridad de la Ley sino que tendrá que resolver, antes o después, pero dictar sentencia (a diferencia de la autoridad pública no cuenta con existe la figura del «silencio contencioso-administrativo» ni positivo ni negativo).
Al final, lo práctico es compartir el proverbio inglés: «El buen juez debe ser justo, honesto, trabajador, estudioso, inteligente, sensato, ecuánime y si además sabe algo de Derecho, mejor».
No es extraño que cuando las Salas de los Tribunales Superiores de Justicia, gracias a la Ley jurisdiccional de 1998, le pasaron el enorme bloque de litigios a los novedosos Juzgados de lo Contencioso-Administrativo se sintieron tan aliviados como cuando Hércules le puso sobre las espaldas a Atlas el Cielo, y ya no pudo librarse de tan pesada carga.
Aquí Sevach recuerda la fábula del hombre tenía un burro y un caballo de pura sangre. Abusaba del burro y mimaba al caballo fino. Cierto día, este hombre tenía que hacer un viaje a la ciudad llevando mercadería en un carro. En algún momento, el burro, cansado y con la lengua fuera, le dijo al caballo que trotaba alegremente: ¿Por qué no me ayudas a llevar esta carga? Entre los dos podríamos dividir la carga y yo no estaría tan agotado. El caballo hizo una mueca de desaprobación y dijo: ¿Qué te has creído? Acaso no sabes que soy un caballo de pura sangre. Jamás ensuciaré mi lomo llevando esa inmunda carga. Así prosiguieron el camino hasta que llegó un momento, cuando el burro no daba más, y se desplomó sin vida. En tal situación, el hombre para llegar a la ciudad y conseguir el objetivo acomodó la carga para hacer un espacio para el burro muerto, colocó el burro muerto en el carro, ató el carro al caballo y prosiguió su camino. Mientras avanzaba penosamente, el caballo se iba diciendo a sí mismo: Que necio que he sido, si hubiera ayudado al burro no tendría que tirar esta carga yo solo y encima de eso con un burro muerto.
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