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Crónica personal del XIII Congreso de la Abogacía Española

En el marco del XIII Congreso de la Abogacía Española, tuve el honor y privilegio de ser relator de la ponencia relativa a Deontología Profesional desarrollada el jueves 4 de mayo, aunque lamenté no poder asistir a las charlas ofrecidas simultáneamente por aquello de la dificultad de ubicuidad, ni a las del día siguiente pues tuve que regresar a Asturias por razones personales.

Sin embargo, ya que en la vida sufrimos momentos y experiencias sosas y prescindibles, justo resulta resaltar en rápidas pinceladas lo que fue una jornada espléndida y a mi juicio, memorable.

De entrada, la organización supo lidiar con la objetiva dificultad de armonizar conferencias, canalizar asistentes a las sesiones, organizar espacios y ajustar tiempos, y facilitar la presencia de medios comunicación y editoriales jurídicas. Nada fácil cuando hablamos de un millar largo de abogados. Aunque muchos otros no asistieron por problemas de agenda, austeridad o incluso por poca fe en su utilidad, lo cierto es que se contó con la presencia de una amplia masa crítica altamente representativa de la profesión.

El Centro de Convenciones de Port Aventura parecía un hormiguero por donde se transitaba, saludaba, conversaba y opinaba. Carteles, credenciales, documentación, personal de apoyo e información, luz y limpieza, garantizaban la fluidez del desarrollo del evento.

El miércoles por la tarde tuvo lugar la inauguración formal con un acto de masiva asistencia, que contó con intervención de Victoria Ortega, la presidenta del Consejo General de la Abogacía, así como de las tres decanas de los Colegios de Abogados de Tarragona (Tortosa, Reus y Tarragona), y de la ministra de Justicia, Pilar Llop, a lo que se añadieron oportunas intervenciones de fino toque humanista (sobre la felicidad) y lúdico (cancioncillas finales). El público, formado mayoritariamente por abogados y abogadas con predominio de trajes azules y crisis, con el porte y elegancia que merecía el acto y que suele adornar a la profesión, asistió con orden, atención, aplausos y comentarios finales elogiosos.

Después tuvo lugar un ágape con formato cóctel que permitía el encuentro directo de los asistentes, el contacto entre grupos de distintos colegios o lugares, las palabras y los abrazos, las confidencias y las risas, el picoteo y brindis que siempre une, lo que, cómo no, sirvió de caldo de cultivo para sembrar una camaradería global para las jornadas.

Personalmente disfruté de lo lindo en este encuentro nocturno, pues encontré viejos amigos abogados e hice muchos más. Tuve ocasión de conocer decanos, miembros de equipos decanales, abogados inquietos y abogados serenos. Algunos me hicieron sonrojar al hablarme con calidez de mi blog y agradecidos de mi presencia. Otros me los cruzaba, y tras saludarnos, aplicaban la propiedad transitiva y me presentaban a un tercero que pasaba por allí y así sucesivamente. La noche era calurosa y el ágape frugal, pero la energía amistosa, propia de compartir inquietudes comunes, fluía con naturalidad.

El jueves por la mañana asumí la labor que me encomendaron, y con la ayuda y amable presentación a cargo de Marta Martínez, la decana del Colegio de Tortosa, así como el apoyo de personal del Consejo General de la Abogacía, tuve ocasión de ofrecer mi ponencia sobre Deontología en el ámbito de la abogacía. Me dirigí a los asistentes sobre el escenario y desde el atril, con la comodidad que da hablar con quienes comparten la misma orquesta para conseguir la misma sinfonía, o sea, la de aplicar e interpretar el derecho para conseguir justicia. Siempre he dicho, en público y en privado, que por mis venas corre sangre de abogado, de defensor de derechos y luchador del foro, y que bajo la toga de mi actual condición de juez está un letrado curtido como el gladiador en la lucha en el foro. Los veintidós años últimos como magistrado no han conseguido borrar mis rayas de tigre defensor, así que me dirigí a los asistentes con familiaridad y hablándoles de los problemas que, a mi juicio, acechaban en el horizonte sobre la deontología.

Intenté exponer cinco líneas básicas generales.

Primera. La deontología profesional del abogado no es una moda o posición estética. No. La lucha por la deontología profesional del abogado es la demostración de que el abogado y los colegios profesionales quieren calidad total y ofrecer a la sociedad la noble aspiración de tolerancia cero frente a las malas prácticas o actitudes que lesionan la rectitud, honradez y juego limpio en la profesión.

Segunda. La deontología profesional, no es una respuesta frente a una situación de barbarie y abuso abogacil. No. La inmensa mayoría de la profesión actúa sin otro código que su conciencia y buen hacer, y lo hace con dignidad y cosechando respetabilidad, o sea, parodiando al burgués gentilhombre de Molière: “cumplen con la deontología sin saberlo”. Luchan por su profesión y tratan al cliente como a ellos les gustaría que les tratasen e intentan ofrecer la mejor defensa posible.

Tercera. La deontología profesional no ha llegado a su meta. Es una meta deslizante aspirando siempre a conjurar posibles riesgos: los derivados de las nuevas tecnologías, inteligencia artificial y robótica; los derivados de un mercado competitivo que no hace heridos ni prisioneros; o los que proceden de conflictos indeseados con clientes, colegas o jueces pues allí donde entra lo humano, las fricciones son inevitables.

Cuarta. La incertidumbre sobre el desenlace judicial de los litigios acecha hoy día en múltiples frentes. En cuanto a determinar el derecho aplicable o su interpretación, o sobre los hechos a probar, y sobre la admisión de recursos o extensión de costas. No es fácil para el abogado ofrecer un pronóstico certero al cliente, ni para éste lo es aceptar que el litigio le resulte desfavorable. La deontología del abogado impone escuchar al cliente y saber explicarle las aristas del problema y el camino que espera, quizá con “sangre, sudor y lágrimas”. Frecuentemente tendrá que refugiarse en un sincero “no lo sé” y esforzarse por indicar en el sendero judicial “lo probable”, distinguiéndolo de “lo posible”.

Quinta. La deontología impone hacer honor a la profesión, luchar por su dignidad, y resistir confiando en la justicia. No arrojar la toalla. Y cómo no, en palabras del insigne procesalista Couture, uno de sus diez mandamientos: «Tu deber es luchar por el derecho: pero el día que encuentres en conflicto el derecho con la justicia, lucha por la justicia».

Después se abordaron las veinticuatro comunicaciones formulas por los abogados que desearon hacerlas. Una por una, y brindando a su autor la posibilidad de defenderlas en público, antes de decidir definitivamente. Las de quienes la veían inicialmente aceptada, para profundizar en ella. La de quienes la veían rechazada, para exponer las razones que aconsejaban asumirla. Fruto de ese público contraste de opiniones salió una docena de conclusiones. 

Especial preocupación demostró el colectivo por los riesgos de la automatización e inteligencia artificial (IA) que jamás debe ocultar la intervención del humano abogado con su saber y conciencia igualmente humanos; también originó vivo debate la tutela del secreto profesional y la confidencialidad; y sobre los derechos o legitimación del denunciante en los procedimientos disciplinarios; no faltaron puntuales cuestiones sobre el turno de oficio o demandas de mayor implantación de códigos de conducta. Y cómo no, amplio debate sobre la incidencia deontológica del actual Proyecto de Ley Orgánica del Derecho de Defensa, y propuestas de mejora del texto.

En suma, nos encontramos ante un cambio de paradigma profesional, donde el cliente será más exigente, los medios tecnológicos representan mayores riesgos de deshumanización o fugas de información, y se constata el sutil asalto a los servicios jurídicos por profesionales a ajenos a la abogacía. En ese escenario, la deontología será como la ley de la gravedad: mantendrá unida la profesión sin alejarse de principios y valores.

Me gustaría reseñar mi alegría personal por el modo que se desarrolló la sesión, pese a su prolongación. Tuvo lugar con orden, respeto y con debate de ideas. Mucha transparencia y libertad, y paciencia del respetable, e incluso alguna votación para salir de la encrucijada de posicionamientos encontrados. Finalmente, se votaron por la tarde una por una, cada conclusión. Como decía el escritor Murakami, “después de una tormenta ninguna persona es la misma”, y puedo decir que tras la tormenta de ideas y debate, se ha elevado más aún mi visión de la profesión de la abogacía (que expuse en mi “Elogio de los abogados, escrito por un juez”, 2022).

He asistido a infinidad de cursos, seminarios y congresos, pero debo confesar que en este me lo pasé muy bien, aprendí mucho y ratifiqué el grandísimo valor de la profesión de abogado. Por encima de debates y dudas, reinó el saber hacer y una actuación colectiva encaminada a la finalidad, que creo se consiguió: hacer aflorar los problemas básicos en materia de deontología profesional que preocupan a la profesión. Es cierto que hay y habrá muchos más problemas deontológicos, y algunos salieron a la palestra, pero, o bien ya estaban resueltos por la norma, o bien atajarlos quedaba fuera del ámbito de los Colegios Profesionales y los Consejos. Y no se diga que no se trataron temas importantes, pues si algo puedo afirmar con voz alta es que existió un período amplio, previo a la celebración, para que quien quisiese, pusiese sobre la mesa su comunicación y además se brindó la voz y voto a todos los presentes en el congreso. O sea, se podrá o no acertar con las conclusiones (algunas las sinteticé en una rápida entrevista), pero la transparencia, el debate limpio y la utilidad, fueron innegables.

Tampoco tengo dudas que la presencia de grandes juristas como Miguel Roca, Francisco Caamaño, Emilia Casas, Pascual Sala, Francisco Marín Castán, César Tolosa, Juan Pedro Quintana, entre otros muchos más ponentes de prestigio, son la mejor garantía de aportaciones vivas y útiles al encuentro.

El fruto del Congreso, claro, preciso y útil, son las 44 Conclusiones Finales,  pudiendo destacarse la preocupación por el secreto profesional, la conjura de riesgos de las tecnologías, el sendero irrenunciable hacia la especialización, el refuerzo de las garantías del derecho de defensa y la puesta en valor de la justicia gratuita y turno de oficio.

Por mi parte, justo es que haga constar que para desarrollar la ponencia y canalizar los debates, conté con el imprescindible apoyo del equipo procedente del Consejo General de la Abogacía: Pablo, Jordi, José Ramón, José Antonio y muchos más, que siempre estuvieron cercanos para apagar fogatas o avivar rescoldos, además de garantizar la atmósfera de orden del congreso, según fuese necesario. También es sobresaliente la actividad tutelar y de apoyo de las decanas de los colegios que participaban en la organización, de Tortosa (Marta Martínez), Reus (Encarna Orduna) y Tarragona (Estela Martín). Y cómo no, debo señalar el papel primordial de impulso, coordinación y control a todo el evento, dado por Victoria Ortega, presidenta del Consejo General de la Abogacía, a quien conocí hace treinta años, cuando ambos estábamos en la trinchera de la abogacía, y cuyo contacto retomé el año pasado, pudiendo comprobar que sus buenas cualidades humanas y jurídicas, como los buenos vinos, han mejorado con el tiempo.

Al final, el que se desarrollase en Port Aventura tuvo su sentido. Mi estancia fue como la del niño que acude al parque de atracciones. Mucha ilusión, una montaña rusa de opiniones y emociones, y finalmente apearse con la sonrisa y alejarse recordando el buen momento, repleto de ideas. Y como no, dejando atrás nuevos amigos.

3 comments on “Crónica personal del XIII Congreso de la Abogacía Española

  1. Mar Mendoza

    La realidad de los que sudamos la toga es distinta… y parece que no os acordais de nosotros. Me alegro de que tu te lo hayas padado bien

  2. Virgil Estrella

    Pocas ocasiones tenemos los abogados para encontrarnos sin recelos, envidias o competencia. El Congreso fue tal y como lo indica el juez Chaves, quien se mostró muy cercano y demostró conocer nuestra profesión. Muy de agradecer. La ponencia muy buena y el debate de ideas entre los que asistíamos, realmente agradable. Yo también me traje del Congreso una buena impresión y balance… y mucho calor.

  3. LUIS LOPEZ IBAÑEZ

    Como asiduo lector de tus crónicas echo de menos que nadie se acuerde de los miembros de la profesión, a la que llaman hermana, los cuales estamos huérfano de defensa y reconocimiento, tanto por la instituciones propias como la de los otros operadores jurídicos, que no es otra que la de los Procuradores de los Tribunales. Que estamos en el mismo tren con igual destino pero en vagones de tercera o de mercancía. Cierto es que sois Abogados, y de defendéis vuestros intereses, lo malo es que de no nosotros no se acuerdan ni nuestras propias instituciones. Somos el 50 % de Turno de Oficio, obligatorios para muchos compañeros, y con una indemnizaciones, variables según Comunidades, pero que a veces no llegan ni para cubrir los gastos de copias y grabaciones. Y con una competencia desleal desde los grandes grupos de representación conocidos por todos. Con remuneraciones bien cortita, y con cada vez para competencias que no se pagan, con grandes problemas conciliación teniendo que llevar el lexnet hasta el tanatorio.

    Muchas Gracias por leer esta petición.

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