Cartas Ibéricas

Encuentros en la tercera fase con el juez

El juez contencioso se quitó la toga y se desplomó en el sillón de su despacho. Arrojó los autos sobre la mesa. Resopló complacido. Entonces alguien llamó discretamente en la puerta, con suavidad pero repetidamente.

Tras el prudente “Adelante” musitado por el juez, penetró en el despacho una mujer madura pero con rasgos envejecidos, de aspecto corriente, sin marcas ni detalles singulares, sin lujos pero sin desaliño. No parecía abogada ni procuradora. La mujer pidió permiso al juez para sentarse y aquél no prestó objeción, aunque tenía más curiosidad que ganas de perder el tiempo.

La desconocida le comentó que no estaba contenta con sus últimas sentencias. Con ninguna. Ni con las cortas ni con las largas. Ni con las que ganaba ni con las que perdía. Que haría bien en pensárselo dos veces antes de redactar las sentencias, pues la Justicia administrativa era cosa seria.

En ese momento, el juez se agitó visiblemente incómodo, adoptó gesto duro y le dijo: ¿Pero como se atreve?, ¿quién es usted para hablarme así?.

La mujer clavó sus ojos oscuros en el juez y le dijo: Soy la Sociedad.

La misma que espera que las sentencias se ajusten a las leyes y que las leyes se acomoden a la Constitución.

La misma que financia edificios, salas, despachos, ordenadores y personal de la administración de justicia.

La misma que se queda perpleja cuando los litigios los deciden los plazos, formas y triquiñuelas procesales.

La misma que contempla sentencias estimatorias que se limitan a retrotraer el procedimiento para que la Administración recargue su revólver de tributos y sanciones o gravámenes.

La misma sociedad en cuyo nombre se imponen participaciones, memorias, informes de impacto y controles, con más ruido que nueces.

La misma sociedad que tiene un interés social distinto del interés de la administración, porque la sociedad merece respeto y un juicio justo, y ni la legislación procesal administrativa ni la legislación sobre administraciones públicas está pensando en la ciudadanía sino en el poder público.

Sí, soy la sociedad que está tras los ojos vendados de la justicia, fuera de los edificios judiciales, que confía en jueces y letrados, pero se siente juguete de todos ellos, que paga por lo que cree justo y recibe condenas en forma de costas, costes y desilusiones.

La sociedad que ya confíe en la letra de la ley o en su finalidad, suele fallar en sus pronósticos.

La sociedad donde todos somos iguales pero ante la justicia administrativa unos somos más iguales que otros.

La sociedad cargada de prejuicios pero que reclama jueces sin ellos.

La sociedad que grita libertad y justicia, pero susurra responsabilidad y solidaridad.

La sociedad que sufre el espejismo de un Tribunal Constitucional poderoso, un Tribunal Supremo y Tribunales Superiores, tras cuyos luminosos rótulos muchas veces arrojan luz mortecina que ensombrece principios y valores.

Y sí, en definitiva, soy la sociedad que sufre el incumplimiento de los viejos deberes puestos por Ulpiano a la Justicia («Dar a cada uno lo suyo»).

El juez empequeñeció en su sillón mientras cruzaba las manos, y la visitante concluyó:

–¿Qué solución hay?

–No la hay. Es el modelo menos malo–. Suspiró el juez –Quizá la Justicia reina allí donde se cumplen las leyes por convicción, sin conflictos y sin intervención de jueces. Admito que la justicia humana, la de jueces y abogados, es manifiestamente mejorable. Ahora bien, la alternativa de tomarse la justicia por la propia mano, la justicia al gusto de todos, sin intermediarios, sin procedimiento, sin jueces parciales ni independientes, sin abogados que marquen el sendero de lo justo, sería terrible. Una pesadilla.

La mujer salió del despacho. No dio ningún portazo, aunque el corazón del juez sí lo percibió.

NOTA FINAL.- Este es un sencillo desahogo que me inspiró pensar en la complejidad de lograr un mundo justo y las limitaciones de los jueces para conseguirlo. Quizá Justicia y Sociedad sean conceptos líquidos, y lo que realmente importa es la justicia de cada caso. O sea, sentencias justificadas, aplicando leyes justas por el procedimiento ajustado al caso. Muchos pilares para que el resultado no se tambalee a los ojos de los ciudadanos.

En fin, no todo van a ser comentarios de jurisprudencia ni doctrina. Creo que algo lúdico o incluso inútil, es bueno para la salud mental y la otra.

17 comments on “Encuentros en la tercera fase con el juez

  1. Anónimo

    Bien.

  2. Antonio Arias Rodriguez

    El verano bajo la higuera produce estos efectos, incluso en la mente burocrática: uno se pone a cavilar y construye relatos como este. Gracias!

  3. Antonio M. Galiano

    También conozco a esa Señora. Magnífico relato. Muchas gracias.

  4. Ignacio Gavira

    Brillante y triste relato para pensar, querido amigo.

  5. Javier S-O

    No me cabe si no felicitarle por este magnifico comentario.

  6. JUAN CARLOS

    No creo en la Justicia. Llevo demasiados años ejerciendo como abogado para conservar la fe. Creo en las sentencias justas incluso cuando no me han dado la razón. Creo en un puñado de profesionales que aún se esfuerzan en hacer su trabajo lo mejor posible y cuyo número va menguando paulatinamente. Tampoco creo en la sociedad; no en esta que se queja todo el día pero no es capaz del menor sacrificio y que empieza cualquier frase diciendo «tengo derecho a …». Ni a los políticos ni a los jueces ni a los funcionarios ni a los sindicalistas los crean en probetas en un laboratorio, surgen de la sociedad misma y son un reflejo de lo que la sociedad es. Cuando la sociedad entró en el despacho de su Señoría solo se miró al espejo para darse cuenta que llevaba cuarenta años sin lavarse y sin peinarse, para darse cuenta de que ya no era suficiente pasarse de vez en cuando por las rebajas de Zara para parecer joven.

  7. Anónimo

    eres grande JR!!!
    carlos de miguel

  8. Maria Teresa

    Solo le diré que me siento sociedad.
    Muchas gracias por ponerme voz.

  9. FELIPE

    La lectura de su imaginado sueño -surgido de siesta estival sofocante o viaje astral- con forma de cuento desencantado nos deja una indisimulable sensación de desolación y desesperanza. Los personajes de la historia (que, en el fondo, confluyen en uno solo: usted), bien podrían asimilarse a los de un padre -la sociedad-, que recrimina a su hijo por lo que hace, y un hijo -la justicia-, que se justifica porque hace lo que puede (y le dejan). Y su colorario «serratiano» final, ¡nunca es triste la realidad lo que no tiene es remedio!, deja un amargo sabor a hiel. Por eso, para compensar el acíbar, añadiría un toque de esa humanidad, calidez y ternura que le viste y caracteriza. Y acudiría a esta breve historia, que leí hace un tiempo y, quizás, podría ayudar a comprender la imperfecta y siempre mejorable relación entre sociedad -el padre- y justicia -la hija-.

    «Un hombre regañó a su hija pequeña por desperdiciar todo un rollo de papel de regalo para envolver una caja. La niña, a pesar de ser reprendida, dejó la caja envuelta bajo el árbol de Navidad. A la mañana siguiente, cuando todos estaban abriendo los regalos, se la entregó a su padre diciéndole: «esto es para ti, papá». Él, avergonzado por su reacción del día anterior, abrió emocionado el regalo. Pero al hacerlo comprobó que en el interior de la caja no había nada. Disgustado, recriminó a su hija: «cuando se hace un regalo siempre tiene que haber algo dentro». La pequeña, le contestó llorando: «pero papá, no está vacía, la llené de besos para ti». El padre, conmovido, abrazó a su hija y le pidió perdón. Con el tiempo, la niña se hizo adulta y fue a vivir lejos. Su padre, cada vez que la echaba de menos, metía su mano en la caja y sacaba un beso imaginario. Así se llenaba de todo el amor que le regaló su hija.»

    P.D. La justicia es una caja vacía llena de besos. Aunque no siempre los encontremos. Aunque sea imperfecta. Parezca invisible. Pase por malos tiempos. A veces no nos escuche ni nos vea. Sea tardía o insatisfactoria, O dirija a destinatario incorrecto. Es la única que garantiza -aún de forma insatisfactoria- que podamos convivir en sociedad y resolver nuestros conflictos en paz.

  10. …La Señora Society cerró suavemente la puerta. No encontraba la salida del laberinto de espacios sin señalización; el largo pasillo por que caminaba estaba decorado con cuadros como «El Jardín de la Transparencia», «La Interdicción de la Arbitrariedad guiando al Pueblo», o «Retrato ecuestre del Secretario íntegro».

    Al fondo había un despacho, y en su imponente puerta de madera noble había un cartel: «Jurisdicción Protectora. Entre sin llamar «.

    Entró sin llamar, naturalmente .Optó por ir al grano.
    – Verá, señoría, es por un caciquillo local que nos tiene amargada a casi toda la sociedad: enchufa a sus partidarios y amiguetes, confisca con una mano y despilfarra con la otra, y cuando se le piden cuentas o se le reprocha algo siempre se escuda en que eso precisamente no está cubierto por la Ley de Transparencia o en qué no se puede informar por la protección de datos, y…
    – Pero, perdone, señora, en qué podría yo ayudarle?
    – En todo señoría, acaso no es usted la Jurisdicción Protectora?
    -Naturalmente, pero veo que anda usted equivocada: soy la Jurisdicción Protectora…de la Administración.

    PD: Muy bueno José Ramón, espero dispensa para el atrevimiento de crear esta humilde secuela.

  11. Cristina

    Un relato insuperable de un juez superlativo que vive en sociedad; un texto para reflexionar sin intentar dar fórmulas mágicas porque, en efecto, no se van a encontrar.
    Muchas gracias Sevach. Para mí eres un juez Justo, que baja al ruedo y que tiene la sensibilidad necesaria para impartir Justicia sin perder de vista a la señora sociedad. Y más, no se puede pedir

  12. CHAPEAU, MAESTRO…

  13. Manuel

    Está muy bien. Me quedo con esto: «Quizá la Justicia reina allí donde se cumplen las leyes por convicción, sin conflictos y sin intervención de jueces». Gracias.

  14. Anónimo

    Personalmente agradezco estas reflexiones y quizá desahogos. Hoy hace mucha falta. Al sociedad le faltó exigir más formación. Usted sería pieza clave.

  15. Anónimo

    Muy buen relato para reflexionar

  16. luis morillo

    La doctrina del AD MAIORA MALA VITANDA o el seguir haciendo las cosas mal para que todo vaya peor.

  17. Isabel

    Le felicito!
    una reflexión profunda, autentica y fàcil de leer.
    Un analisis de lo que a menudo sucede cuando acudes a la administración de justicia.

Gracias por comentar con el fin de mejorar

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