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Fernando Gurrea: un Subsecretario para la eternidad

Los funcionarios miden la vida por trienios y los destinos suelen presentarse como estaciones de la vida. La primavera del primer destino (la inocencia y la ilusión, con algún tropezón), el verano gozoso del segundo (el sentirse seguro y dueño del control, disfrutando de promociones y cosechando resultados), el otoño del tercero (le invade la apatía de la rutina) y el invierno de la última etapa (el desencanto al notar que “todo cambia sin que nada cambie” y que “nadie es imprescindible”).

Sin embargo, hay funcionarios que se salen del estereotipo, de la leyenda negra burocrática, de la masa anónima de sombras en los pasillos. Por eso, cuando me entero de que un funcionario singular es cesado en su puesto de trabajo como fin a una etapa exitosa, me congratula y anima a rendirle un sencillo homenaje. Especialmente porque corren tiempos duros en que los almuerzos, los encuentros festivos y las celebraciones escasean.

Además, me apetecía homenajear a alguien que está vivo y ojalá nos queden muchos encuentros futuros, porque me cruje el corazón que se esté convirtiendo en habitual rendir tributo a grandes personas porque se van de este mundo, que por muy molesto que sea, es en el que todavía podemos vernos felizmente, jugar alegremente, juzgar sensatamente y pecar venialmente. Así que ahí va este homenaje a un funcionario que ha sido cesado en el alto cargo desempeñado, pero que se queda entre nosotros y además, sirviendo a la administración con destinos más sosegados.

Se trata de Fernando Gurrea Casamayor, quien ha sido cesado como subsecretario del Ministerio de educación. No se trata ahora de valorar la oportunidad del cese, que lógicamente entra dentro de las prerrogativas de quien le nombra y que Fernando lealmente acepta, sino de resaltar su figura, a quien por cierto, dediqué mi penúltima obra Derecho administrativo mínimo (2020) en términos contundentes porque su “valía, apoyo y amistad han contribuido decisivamente a formarme como jurista y mejorarme como persona”.

Ahora se trata sencillamente de testimoniar mi agradecimiento personal por su ejemplo como alto funcionario, en el mejor de los sentidos, como funcionario responsable, líder y con carisma personal. Fernando, a quien conocí en la década de los noventa cuando era asesor jurídico de la Universidad de Zaragoza mientras yo era el homólogo de la Universidad de Salamanca, con el que compartí debates, tertulias y francachelas, rodeados de grandes amigos.

Justo es hacer notar que pronto brilló con luz propia en la comunidad de juristas universitarios por un triple rasgo. Primero, por su calidad humana (siempre ha sido amigo de todos, como su paisana aragonesa de Calatayud, donde se pregunta por la Dolores, pues también Fernando “es muy bueno y amigo de hacer favores”; segundo, por su capacidad profesional (tiene un talento especial para enfocar los problemas en clave jurídica y encontrar la llave que abre el cerrojo de la solución); y tercero, por su sentido del humor (a veces inteligente y mordaz; otras, simple y tierno; en ocasiones no se sabe donde acaba la anécdota y empieza el chiste, o a la inversa, sin olvidar su don camaleónico para imitar acentos).

No voy a hablar de su solvente carrera jurídica, como técnico, letrado, profesor o subsecretario, ni de sus publicaciones, ni de su reconocida erudición. Ni de la admiración por grandes maestros administrativistas que compartimos (singularmente, Antonio Embid Irujo). Sobre su última etapa, el propio Fernando expone en una cercana Carta de despedida, que “Esa función ha sido, entre otras, la de Subsecretario del Ministerio de Educación, donde gracias a la indulgencia de los dioses he sido en democracia el que más tiempo he permanecido en el desempeño de este cargo y el único que hasta ahora lo ha repetido”. Este hazaña singular solo se explica por sus dotes singulares, y porque creo que dentro del subsecretario, siempre ha existido un académico con sentido de la responsabilidad dotado de eso tan infrecuente que es la visión institucional unida a mano izquierda.

Me limitaré a desear que el Estado, la Comunidad de Aragón y la Universidad de Zaragoza, agradezcan sus aportaciones a un mundo jurídicamente más correcto y más justo. Además hago constar mi absoluta certeza de que, pese a haber rozado la cúpula del poder y posiblemente, tras haberse puesto colorado con lo que ha tenido que oír entre las paredes del ministerio, el bueno de Fernando ha conseguido mantener su probidad, honradez y carisma, lo que es muchísimo en los turbulentos tiempos que corren. Como suele decirse, después de escalar a la cima de la montaña, solo toca disfrutar de la vista.

Ahora me corresponde callar y dejar escuchar la voz escrita de otros dos amigos, o compadres de correrías, de las buenas y las más buenas todavía. Comencemos por la sentida voz poética de Ana Caro Muñoz:

Siempre a mi lado. Paseante tranquilo y regio. Un caballero. Si echo la vista hacia las veredas de mi vida administrativa, y de mi vida personal, encuentro esa elegancia en el en mirar, ese verbo fácil, esa inteligencia innata. Siempre hallo al profesional escrupuloso, al jurista puntilloso, al protector y defensor de lo público. Maestro. Guía. Amigo. Y se vienen a mi memoria, cada vez, las palabras de Borges: “cada persona que pasa por nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de nosotros”. Él es único, pilar fundamental de la construcción de nuestro servicio público de Educación. Miembro destacado de nuestro Estado, de su entramado estructural, y hacedor soberbio de su cuerpo administrativo y jurídico. Él se llevará siempre un poco de mi, mi afecto, mi respeto, mi mano de amiga.

Y seguiremos con la homérica visión de Juan Manuel del Valle Pascual:

A veces se va un amigo con los deberes cumplidos, dejando huella indeleble en las batallas de la guerra cambiante de la legislación educativa española, que no atisba armisticio.

A veces alguien se va dejando el reconocimiento también de las gentes del partido adversario. Y del partido de la coalición de gobierno. Y de los que no tienen partido.

A veces alguien se va dejando la puerta del futuro más abierta de lo que se encontró el portillo de la Historia tremenda de España en un sector tan importante como el de la Enseñanza, que hoy ya es el de la Educación y deja un paso dado en la del Aprendizaje.

A veces uno deja una autopista donde sólo encontró una senda, un atisbo de camino o carretera. Y puede mirar atrás con orgullo.

A veces uno deja una huella importante para ir a un destino mejor. Y en vida. Y para vivir en unas nuevas luces. Y para dar muestras de lo mejor de este país en lo mejor de este continente. Del que será contenido que lo desborde. En bondad. En capacidad. En eficiencia. En amistad. En bonhomía.

A veces todo esto coincide en una persona.

Pero sólo puede darse y se da en Fernando Gurrea. Quede en la memoria de todos. Siempre amigo. Un orgullo admirarte. Es fácil seguir haciéndolo.

Quédate con mi abrazo. Con uno inmenso de todos. Sigue así, te necesitamos.

Y ahora sí, el que quiera puede asomarse a una trayectoria personal y profesional, de servidor público en una Carta de presentación y/o despedida tan tierna como sugerente y divertida, de puño y tecla de Fernando. Aquí está. No se pierdan su lectura, porque conocerán a la persona y sonreirán (no le culpen por las ilustraciones, que son un añadido mío que sabrá perdonarme, como tantas otras cosas).

¡Gracias, Fernando!

 

 

4 comments on “Fernando Gurrea: un Subsecretario para la eternidad

  1. carmen perona mata

    Me voy a identificar, soy Carmen Perona Mata, abogada de CCOO, especialista en empleo público y educación, y Fernando Gurrea ha sido lo peor que he tenido en mi vida como abogada, por sus buenas Resoluciones, por su buen saber de la Administración, y fuera de lo que nos ha tocado a los dos, un gran amigo, un enorme conocedor del derecho administrativo, un gran conquistador del funcionariado, y le voy a añorar mucho mucho, por todo y tanto, gracias Fernando, un beso y gracias Chaves por este homenaje, Carmen.

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