Sobre los empleados públicos

Cuestiones de competencia y dignidad en el mundo burocrático

Sorprende la noticia relativa a la reciente sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Valencia que dictamina que entre las tareas de los subalternos está el llevar el café a los Consejeros autonómicos.

1. El caso valenciano admite enfoques muy demagógicos tanto de la parte trabajadora (la explotación de los humildes subalternos sirviendo miles de cafés a soberbios Consejeros), como de la parte empresarial (la venganza desafiante del subalterno empeñado en zancadillear a su superior), pero es mejor pensar en el plano pragmático. Probablemente, ni los Consejeros debían confundir a los subalternos con «geishas» burocráticas, ni los subalternos debían actuar como «moscas cojoneras» que molestasen al virrey.

Mas bien creo que si se arañase la superficie de la sentencia hacia su interior, hallaríamos conflictos y tensiones subyacentes entre la Administración y sus trabajadores de mayor calado, y muy posiblemente el porteo del café constituyó un simple detonante de la guerra judicial, fácil de enarbolar al mejor estilo del cuadro de Delacroix de la Libertad guiando al pueblo. Y por supuesto que, pese al fallo judicial (dictado por la Sala de lo Social del Tribunal Superior de Justicia, en términos sorprendentemente poco «sociales»), muy posiblemente los problemas continuarán y tomarán otros derroteros de conflictividad laboral. Y ello porque sentencias así sólo añaden gasolina al fuego de la negociación laboral, de igual modo que la presión del agua de una presa rebosante podrá pararse tapando un agujerito con un dedo, pero aflorarán en breve nuevos agujeros y grietas que harán peligrar todo el sistema. En fin, salomónicamente «demos al César» su café, y respetemos al empleado público su derecho al café, del que ya me he ocupado  caústicamente en otro post anterior. Sin embargo, distanciándonos del caso concreto, la situación planteada pone sobre el tapete otros aspectos de enorme interés burocrático.

2. Así, en mi largo peregrinar por las Administraciones Públicas he asistido a escenas conflictos intraburocráticos tan reales y pintorescos como los siguientes:

a) La solicitud formal de un informe jurídico para dilucidar si poner un sello oficial en las hojas de examen de alumnos universitarios es cometido del auxiliar administrativo funcionario o pertenece a las labores propias del ordenanza laboral.

b) La negativa de un ordenanza a realizar el cambio de una bombilla, por considerar que es cometido de un electricista.

c) La negativa de otro ordenanza a purgar la calefacción por considerar que es cometido del servicio de mantenimiento.

d) El habitual manejo en una Conserjería de una balanza de precisión con el objeto de verificar si el material cuyo porteo se ordena excede de siete kilogramos, mágica cifra que determina la contratación de servicio de mensajería o transporte.

e) El bloqueo negociador de un Convenio Colectivo de ámbito nacional por no resultar posible deslindar, mediante acuerdo de patronal y sindicatos, si las labores de comprobación del cierre de puertas y ventanas de un Centro público, pertenecen a los ordenanzas, al portero mayor, al Conserje, al auxiliar administrativo, al Jefe de Patrimonio o a los servicios de vigilancia de seguridad.

f) La negativa de funcionarios del cuerpo administrativo a prestar atención en ventanilla so pretexto de ostentar el puesto de «Jefe de negociado».

g) El obstruccionismo de un funcionario diplomado perteneciente al cuerpo de gestión que se niega a utilizar el ordenador porque considera que eso es función de los administrativos.

h) Otro funcionario del cuerpo de gestión que considera que todo lo que llega a su mesa, o comporta tan elevadísima responsabilidad, que no entra en sus funciones (sino del técnico superior), o bien es tan mecánico, que entra necesariamente dentro de las funciones del administrativo inferior.

i) Numerosos Jefes de Servicio se consideran tan Jefes que no le corresponden redactar Informes sino que todos deben elaborarlos y firmarlos el funcionario de Gestión.

j) El caso no infrecuente del Técnico Superior que considera que dentro de su alto cometido no entra el telefonear directamente a los ciudadanos sino que en todo caso debe efectuarlo el auxiliar.

k) El peregrinar de un alto cargo, de mesa en mesa, de funcionario en funcionario, mendigando quien le mecanografie un texto.

3. Como colofón ilustrativo,  recuerdo que hace veinticinco años tuve la fortuna de ir con otros funcionarios a un Curso en cierto edificio conventual de Navarra (financiado por la Administración) cuyo título y objeto era «Trabajar en equipo», y tras dos días de educativo encierro con un guru del «management», el resultado para la docena de directivos compañeros bajo la misma patronal pública, fueron unas jornadas de tensiones que, no solo no engrasaron la visión de celdillas autónomas de cada departamento, sino que generaron mayor distanciamiento (personal y profesional) entre todos los asistentes. Estuvo bien el intento y las dietas pero la colaboración no aumentó un ápice.

4. En fin, deseaba mostrar que estos supuestos no solo no son la regla, sino mas bien la anómala excepción (y además no faltan en la empresa privada, aunque con menor frecuencia dado que en el ámbito público la inamovilidad del puesto otorga una curiosa sensación de blindaje y autonomía a su titular).
Tales situaciones no se solventan a golpe de reglamento ni sentencia. No. La clave está en el talante. Las personas que deben compartir el trabajo, con independencia del cargo que ocupan, deben mantener una actitud positiva, un código de trato que no necesita estar escrito ni publicado, y que se resume en actuar bajo los principios de cortesía, buena fe y lealtad institucional. Parecen palabras huecas y mas de uno pensará que una cosa es ser bueno y otra ser tonto o explotado.

5. No se trata de humillarse. No. Se trata de un mínimo de flexibilidad y empatía al trabajar. Educación, respeto y buen humor garantizan la armonía en el trabajo. ¡Y se pasan muchas horas en la oficina cómo para estar cabreado a tiempo completo!. El trabajador público que se cree poseedor de la verdad (bien porque la tiene o bien porque alguien le calienta la cabeza sobre sus derechos) y opta por atrincherarse en el cargo o la función y en esgrimir el Convenio Colectivo o el reglamento a cada paso que se da, muy posiblemente se está colocando en una situación de prepotencia y rigidez que puede volverse contra él. Quien ama el peligro, en él perecerá, dice la Biblia. Y quien aplica el derecho a rajatabla solo para lo que le interesa, alzando problemas donde no debiera haberlos, se coloca en una situación próxima al abuso de derecho que se volverá contra él. Siempre recordaré a un funcionario que, siendo bellísima persona, prestaba un flaco favor a la imagen burocrática de su Administración, donde era conocido universalmente por el expresivo título de «Juan Estonoesmío», por su actitud cuando le reclamaban su colaboración.

6. En definitiva, cuando se trabaja en la cosa pública hay que ser mínimamente flexible, y poner el mismo énfasis en trabajar que en cobrar puntualmente, y si algo queda en la frontera del ámbito funcional pero es razonable y comporta mínimo sacrificio pues habrá que hacerlo. Así creo que lo hacen la inmensa mayoría de los empleados públicos, y quienes no lo hacen así, pronto son etiquetados por sus compañeros. No se trata de asumir tareas ajenas, ni responsabilidades por las que cobra otro, ni labores vejatorias, sino sencillamente de colaborar con la misma buena voluntad con la que nos gustaría que colaborasen con nosotros. Como siempre, meterse en la piel ajena, y empatizar es la mejor cura de humildad. Como decía la rima de Gustavo Adolfo Becquer, referido al amor pero fácilmente trasladable a la actuación en la vida:

Lástima que el amor un diccionario
no tenga donde hallar
cuando el orgullo es simplemente orgullo
y cuando es dignidad!

O en la versión moderna de la canción «Sarava» de Gabinete Caligari:

Dios mio dime cuál es la forma de diferenciar
cúando el orgullo es orgullo
no simplemente dignidad

7. No se puede estar siempre instalado en pensar «qué puede hacer por mí la Administración» sino parafraseando a Kennedy debiera pensarse «qué puedo hacer yo por la Administración». Comprendo que muchos pensarán que creer en la Administración como patronal es batalla perdida a la vista del desgobierno, despilfarro o caciquismo, que puede tocarle sufrir. Y es verdad que hay mucho político, eventual y jefecillo pagado de sí mismo, con grandes complejos y que cree que la mejor decisión es el látigo con los subordinados. ¿Quién no ha soportado un jefe prepotente, ignorante, desagradecido o grosero?, ¿Quién no se ha sentido explotado porque su trabajo y propuestas son esgrimidas por el jefe como propias?, ¿Quién no tomó posesión tras una dura oposición con grandes ilusiones, y antes del primer trienio, el desencanto le ha poseído a él?.

8. En fin, hay políticos que solo guardan las buenas palabras e imagen para los electores, y directivos públicos adornados con flamantes Master y títulaciones, pero con un serio déficit de sensibilidad, educación y cortesía. Sin embargo, no podemos condenar la fe religiosa por el ejemplo de los obispos, ni abandonar a su suerte a la nave pública que al fin y al cabo, es quien paga las nóminas. Hay que librar a la Administración de los errores de la incompetencia directiva, que afortunamente no abundan pero son difíciles de atajar con celeridad. Así, en los casos de jefes patológicos (sádicos o explotadores) es fácil detectarlos, y frente a ellos, la posición de Gandhi es lo mas acertado. Resistencia pasiva e indiferencia a raudales. No hay que olvidar que a cada cerdo le llega su San Martín y en el ámbito de lo público, la vida da muchas vueltas. E incluso llegado al caso extremo, habrá que seguir el ejemplo de la rebeldía del esclavo Espartaco frente a la tiranía romana por salvar la dignidad, y que constituye la legítima inspiración de no pocas huelgas frente al abuso de la patronal. Como casos pintorescos de jefes cargantes nada mejor que consultar los anti-Oscar de los jerarcas.

9. Así y todo, en la Administración (salvo tiranuelos que les queda grande el cargo político y que ocultan su incompetencia avasallando a los subordinados), lo habitual es la existencia de innumerables cargos de jefatura (Area, Servicio, Sección, Negociado, etc) cuyos titulares, dentro de la común cadena burocrática, se consideren piezas del complejo global. Y es que, todos los empleados públicos tiran del mismo carro, y hay que hacer el esfuerzo de ser flexible y bienintencionado. Actuar abusivamente conduce a generar tensión y perjudicar el servicio público. Imaginemos una situación hospitalaria en que hallamos a un médico de la sanidad pública que no abre las puertas por corresponder al ordenanza, que no retira ni una sola venda o tirita por corresponder a la enfermera, que no enchufa la lámpara del quirófano por ser responsabilidad del electricista y que no lee el historial del enfermo hasta que le sea leído por el administrativo.

10. Por eso, aunque es una cuestión de carácter y talante personal de cada cual, no está de más recordar que el art.52.4 del Estatuto Básico de los Empleados Públicos (Ley 7/2007), con cierta inspiración de predicador, afirma que los empleados públicos «Ajustarán su actuación a los principios de lealtad y buena fe con la Administración en que presten sus servicios, y con sus superiores, compañeros, subordinados y con los ciudadanos».

Y es que, aunque para Kelsen la moralina y las monsergas deberían quedar fuera de la letra de la Ley, a veces no viene mal una exhortación certera.

Public institutions I have attended scenes of intrabureaucratic conflicts as real and picturesque as the following:

0 comments on “Cuestiones de competencia y dignidad en el mundo burocrático

  1. Eduardo

    Totalmente de acuerdo. Como siempre, es imposible que las normas lo regulen todo. Lo que hace falta es que funcionen el sentido común y la buena voluntad por ambas partes. Ejemplo ilustrativo de que no siempre funcionan: en cierto centro universitario, un profesor exigía que un ordenanza abriese la puerta del aula de informática y preparase el proyector. Con motivo de una huelga de ordenanzas, el profesor se consideró «imposibilitado» para dar clase. Eso sí, por la tarde, con motivo de un curso privado y remunerado generosamente, que el profesor impartía en base a un convenio, no tuvo ningún inconveniente en dirigirse al despacho del administrador a pedir la llave para ir él a abrir…

  2. Pedro Herrero

    De acuerdo con lo que dice.
    Estoy seguro que con toda la pompa del propio cargo escribir determinados «informes jurídicos» a la carta puede ser muy humillante, mientras que poner un café a una persona que respetas no resulta molesto.
    Creo que como refleja el artículo pesan mucho más otros condicionantes personales que la propia actividad en si.

Gracias por comentar con el fin de mejorar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Descubre más desde delaJusticia.com

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo