Infinidad de asuntos de la Justicia comienzan “Érase una vez…”, aunque su final no siempre es feliz. Se tiene a los señores del derecho, como profesionales serios, seguros de sí mismos, enfrascados en libros y pantallas, rastreadores de jurisprudencia, impávidos en las situaciones de duda o riesgo.
Son druidas que controlan la sabiduría sagrada que destilan las poderosas leyes, capaces de ofrecer respuestas o facilitar el camino en la encrucijada. Para tal papel, los juristas suelen ser lectores y leídos. Lectores ávidos para forjar la espada de la palabra y leídos en el fruto de sus reflexiones y argumentos.
El abogado afronta litigios con el natural suspense propio de un relato corto (procedimientos abreviados) o una novela larga (procedimientos ordinarios), pero el final de la historia puede gustarle (sentencia favorable) y sonreír como niño tras cuento de hadas. En cambio, si no le gusta, quizá continúe con “segundas partes”(apelaciones y/o casación). Los abogados serían buenos escritores de ficción histórica por su habilidad para construir y reconstruir relatos verosímiles.
El fiscal disfruta de las narraciones que construye para formalizar la acusación, pero una vez hecho su trabajo, el desenlace pasa a segundo plano. Es un autor de comienzos y diestro en la fabulación de escenarios.
El letrado público es un narrador de historias con guion precocinado y sin suspense. Escribe de todo lo que se le encarga, sin pasión pero bajo la presión de no poder elegir cliente ni dormirse en los laureles. Serían buenos cronistas periodísticos con columna diaria.

Los notarios y registradores son minuciosos en sus relatos, cuidando detalles. Muchos serían buenos historiadores, la mayoría con el estilo minimalista, denso y conciso de Tucídides, y una minoría con el estilo sencillo de Herodoto.
Los inspectores de hacienda e inspectores de trabajo son buenos en el lenguaje descriptivo, llevándonos a terrenos donde el lector no es capaz de distinguir entre lo real y lo irracional. Serían buenos escritores de cuentos de terror.
El académico hace sus trabajos como un espeleólogo, a mucha profundidad pero donde casi nadie le ve ni sabe qué hace, ni pocos les leen, salvo sus colegas. Serían buenos autores de novelas distópicas, con visión de futuro mediante la crítica de las tendencias actuales.
El juez construye su historia o sentencia, con poca originalidad (toma préstamos de lo que los abogados le alegan) y no persigue la belleza estética sino poner punto final a la historia con sus palabras. Los jueces serían buenos autores de tragedias griegas.
Cosa distinta son los jueces del tribunal constitucional, en que poca lírica hay, pero no faltarían buenos autores de epístolas, elegías o vodeviles.
Estas rápidas reflexiones, o delirios propios de sábado por la mañana, mientras escucho los pajaritos en el jardín, vienen al caso porque por presiones de agenda no pude hacer un homenaje a Francisco Ibáñez, autor de Mortadelo y Filemón entre otros personajes de tebeo, quien falleció hace siete días a los 87 años de edad.Hace siete años justifiqué que había motivos para que Mortadelo y Filemón fuesen patrimonio de la Humanidad.
Me pareció que todos los juristas veteranos actuales (cada cual debe poner la calificación de “veterano” según su edad biológica o trienios profesionales), somos deudores de los tebeos que en nuestra infancia nos traían aventuras, sonrisas, sorpresas y situaciones caricaturizadas de cosas serias. Personalmente era un devorador de tebeos, que dieron paso al cuento, novela y todo tipo de lecturas ( no hace mucho comentaba que mis viejos tebeos nunca mueren).
Por eso debo ser agradecido con los escritores de los inolvidables tebeos de Bruguera, y particularmente con ese fénix de los ingenios de las historietas, que fue Francisco Ibáñez, que por cierto, no se vio librado de litigios pues fue célebre su lucha judicial contra la editorial por los derechos de propiedad intelectual; eran tiempos en que la empresa editorial trataba a los autores como galeotes y el fruto quedaba para la empresa (quizá como algunos grandes bufetes donde letrados jóvenes –y no tan jóvenes– trabajan a destajo como anónimos operarios de una gran pirámide).
Incluso en su día me permití hablar con humor del Derecho de personajes de Tebeo.
Y si viviera varias vidas o esta vida fuese penalizada con más tiempo del debido, me encantaría hacer periódicamente algo del estilo 13, Rue del Percebe, referido a un edificio en que cada apartamento o estudio estuviese ocupado por un jurista (abogado, fiscal, juez, notario, registrador, profesor, letrado de la administración de justicia, secretario de ayuntamiento, inspector de hacienda, etcétera). Creo que daría mucho juego para la ironía y el humor pues los juristas no vivimos en un mundo perfecto y más vale tomárselo con sentido del humor.
Bajo estas referencias lúdicas, les deseo buen fin de semana.
Francisco Ibañez trabajó con inagotable inteligencia, gracia y pasión hasta el final de sus días, ayudándonos a comprender la vida y a hacerla más divertida, más tolerable y, por supuesto, mejor.
Su genialidad, amén de su condición de espíritu libre, le llevó a atreverse con todo tipo de temas (la corrupción, la entrada en UE, la guerra fría, el mundial, las olimpiadas, el tema catalán, el tesorero del partido, la crisis climática, la precariedad laboral, la jubilación a los noventa, etc.), personajes y personalidades, gracias a saber pasarlos por el filtro de su humor: chispeante y gamberro de formas, hondo y profundo de fondo; siempre blanco, anestésico y sano nunca hiriente, dañino, ni despiadado.
Conseguía convertir la imperfección (los Pepe Gotera y Otilio), la torpeza (dos detectives tontos y uno que usa disfraces que siempre la cagan) o la pillería (el ladrón, el moroso o el tendero de la maravillosa e inmortal 13 RUE del Percebe) en parte natural de la vida y -en mayor o menor medida- en algo común a todos y, por tanto, perdonable.
En muchos de sus personajes hay un indisimulado desafío a las reglas, la autoridad, la jerarquía laboral o la realidad (Rompetechos, su sosías y personaje favorito, anda permanentemente confundido con lo que ve).
Los golpes, persecuciones y caídas que suelen ilustrar sus historietas son auténticos gags visuales -siempre pacíficos porque quedan en nada- que garantizan la hilaridad inmediata y le ponen a la altura de los más talentosos comediantes del cine mudo (los Chaplin, Keaton, Lloyd…). Pero, además, sus «bocadillos» explicativos -de gracia aguda- convierten a sus infinitas historias en maravillosas comedias habladas.
Para mí, junto con Azcona y Berlanga, fue quien mejor retrató a la sociedad española, los españoles y su evolución a lo largo de tiempo.
P.D. En tiempos de autocensura -la peor censura que hay- y de no salirse de lo políticamente correcto, hay que ser muy auténtico, muy brillante y estar muy convencido de lo que se hace, para sacar un título sobre elecciones en el que se bautiza con el nombre de: 1. el C.U.L.O. (Científicos Unidos Liberando el Orbe) al partido del profesor Bacterio; 2. el P.P.R.O. -leído pepero- (Pueblo al Poder Rompiendo Osamentas) al de el Super; y 3. el F.I.F.A. (Féminas Irrumpimos Fulminando y Arrasando) al de la inefable Ofelia.
Como de costumbre España solo recuerda a sus Grandes cuando mueren.
Manel Pérez
Realmente disfruto con TODOS tus trabajos y artículos. Te diré que acabo de citar al admirado IBAÑEZ en una publicación para TRANSPARENCIA INTERNACIONAL. Así que ha habido metempsicosis entre tú y yo, como juristas que siempre están buscando ser juristas…y alguna cosa más. UN ABRAZO GRANDE JOSE EUGENIO SORIANO
TU BUEN HUMOR NUNCA VIENE MAL, PORQUE LOS ABOGADOS SIEMPRE ESTAMOS LLORANDO: SENTENCIA INJUSTA POR AQUÍ, SEGÚN NUESTRO DESEO; CLIENTE QUE NO NOS PAGA LA MINUTA; ABUSO DEL SILENCIO ADMINISTRATIVO POR LA ADMINISTRACIÓN, Y OTRO SIN FIN DE MÁS PENAS QUE GLORIAS. POR ESO TU ARTÍCULO ME GENERA UN SONRISA Y UNA VUELTA A AQUELLOS TIEMPOS QUE YA PASARON, PERO QUE MUCHOS LOS RECORDAMOS CON ALEGRIA: LEER LOS CHISTES DE PULGARCITO Y OTROS. MOMENTOS MARAVILLOSOS LLENOS DE IMAGINACIÓN Y RECREO.